El Caro y Cuervo

Andrés Hoyos
16 de septiembre de 2015 - 04:51 a. m.

Como la función de un columnista es a veces opinar sobre lo que nadie le ha preguntado, me he puesto a pensar en el Instituto Caro y Cuervo, que últimamente ha recobrado los bríos perdidos cuando se convirtió en la caja de resonancia de tal cual expresidente con poco que hacer.

El propósito original del instituto, fundado en 1942, era, hay que decirlo, improcedente: debía completar el Diccionario de construcción y régimen de don Rufino José Cuervo, de lejos el más importante de los dos autores epónimos. Caro, ¿qué decir de don Miguel Antonio Caro a estas alturas? Mal poeta, hábil político, latinista del montón, constitucionalista reaccionario, provinciano recalcitrante. En contraste, Cuervo ha sido uno de los más destacados humanistas que ha dado nuestro país. Sin embargo, su famoso Diccionario, llevado por él hasta la letra C, se convirtió a poco de su muerte en una obra fechada. Cuervo tuvo la mala suerte de dejar el escenario justo en el momento en que se implantaban las ideas de Ferdinand de Saussure, un profesor suizo contemporáneo suyo al que don Rufino no parece haber tratado. De la mano del suizo, el filólogo de siempre fue mutando en el moderno lingüista, paso que Cuervo, enfrascado en sus valiosas investigaciones, nunca dio. La idea de Saussure era sencilla: aplicar el método científico al estudio del lenguaje. Pese a que la lingüística condujo a una cierta sequedad expresiva, su surgimiento fue virtuoso y generó nuevos paradigmas. De modo que para 1942 la lexicografía pedía otro tipo de libros: diccionarios regionales detallados, atlas lingüísticos o diccionarios etimológicos, como el que nos dieron Joan Corominas y su equipo. Sea de ello lo que fuere, hace unos años el instituto terminó el Diccionario de Cuervo y quedó libre para reinterpretarse.

Hoy el Caro y Cuervo depende del Ministerio de Cultura y sufre de sus mismas penurias. La vieja moraleja de los padres atribulados que desaconsejan a sus hijos el estudio de las letras parece encarnar en una política de Estado reacia a gastar más que migajas en todo lo que tenga que ver con el idioma y la literatura. Contrasta esta angurria con la creciente capacidad de convocatoria del instituto. Por lo visto, apenas faltaba algo de frescura, desenfado e imaginación para que la gente se volcara sobre eventos de sesgo literario.

¿Por qué, entonces, no convertir al Caro y Cuervo en una universidad pública, centrada en el idioma español, en la enseñanza de la escritura, en la vida de los libros y en una literatura ojalá lo más alejada posible de la peste posmoderna? No tengo ni idea de cuál sería el procedimiento legal a seguir. Supongo que el Ministerio de Educación tendría que volver a hacerse cargo del instituto e incorporar la nueva universidad a su red y que habría que surtir todos los trámites de calidad que exigen las normas. Dado el brillante cuerpo directivo de hoy, más las personas que deberían incorporarse, el Caro y Cuervo pronto sería una universidad prestigiosa y acreditada.

El instituto podría profundizar su labor de investigación actual y ponerse tareas ambiciosas, como la de contribuir a dotar al español, en alianza con sus pares de otros países, de un verdadero diccionario internacional. Podría ofrecer la carrera de escritura creativa, como existe en centenares de universidades norteamericanas, incluyendo los posgrados correspondientes. Podría organizar una editorial potente. Etcétera.

andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes

 

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