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‘El circo’, sobre el talento secreto

Hugo Chaparro Valderrama
06 de marzo de 2015 - 03:28 a. m.

A finales de los años 20, Chaplin filmó una paradoja: El circo. Describe el infortunio del vagabundo como artista accidental, que apenas comprende las herramientas de su arte, expresándolo con plenitud el actor, escritor, músico, director y productor, situado en la dimensión del cariño universal, que haría del pequeño y alabado Charlie un héroe para su público.

El vagabundo, que no es consciente de su talento en El circo (1928), invierte en la pantalla los términos que definieron la vida de Chaplin, entronizado por Hollywood, donde parecía que el cine hubiera sido inventado como un don para él.

Su estilo ya era reconocible cuando en El chico (1921) y La quimera del oro (1925) se lloraba a mandíbula batiente, gracias a la mezcla astuta del humor y la tristeza. Incluso la excepción de la tragedia, que hizo de una actriz chaplinescamente mítica, Edna Purviance, la víctima de una tragedia sobre las pasiones sórdidas cuando cayó en desgracia por la aventura sensual de Una mujer en París (1923), hizo de Chaplin un cómico interesado en las pasiones oscuras.

El circo descubre a Chaplin reflexionando sobre Chaplin cuando revela el lento y esforzado aprendizaje que moldea el oficio de un actor, los riesgos del escenario, la tiranía del público, el carácter codicioso de los empresarios —representados por el dueño del circo (Allan García)—, la presencia del azar que puede arruinar o mejorar la suerte, las envidias y los rencores que ocasiona algo tan dudoso como puede ser la fama y, como eje de todo, el amor que mueve o detiene el mundo y hace del vagabundo, al final de la batalla, un solitario.

Aunque la vida sea monótona, “jamás es la misma”, canta Chaplin al inicio de la película. Puede caer la lluvia o brillar el sol, pero no es vano el consejo que recibe una acróbata del circo (Merna Kennedy, una actriz que aún continúa joven en la memoria del cine cuando murió de un infarto a los 36 años de edad), balanceándose en el aire mientras Chaplin le pide que nunca mire hacia abajo para que descubra en el cielo el brillo de una ilusión pasajera como es el arcoíris.

El circo es una historia sobre el fracaso en contra del fracaso. Después de los créditos iniciales, una chica fugaz atraviesa un aro de papel donde está pintada una estrella. El empresario del circo no está satisfecho con la gracia de la artista. Su relación la determina el desprecio. Pero la chica insiste y, después de todo, acaricia el triunfo que le permite su ingenio —y el consuelo de Chaplin cuando llega al circo—.

La adversidad es un reto y los artistas mediocres —payasos desangelados, magos borrachos, equilibristas de la cuerda floja— no pierden la dignidad. Continúan por el rumbo que les señala el talento. Tal vez no sean como Chaplin, pero es posible que hubieran aprendido una lección de la fortaleza y el vigor de Chaplin: El circo fue simultáneo a la muerte en la locura que venció a su madre, sin enterarse jamás, como señaló una actriz, que su hijo era entonces “el mayor cómico del mundo”. El arte hecho humor trazó su camino hacia el futuro: Luces de la ciudad (1931), Tiempos modernos (1936), El gran dictador (1940) y Candilejas (1952), películas que pertenecen a la memoria y el tiempo.

 

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