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El cobre de Obama

Sergio Otálora Montenegro
30 de agosto de 2008 - 02:45 a. m.

EN MEDIO DE LA GRAN EUFORIA Y DE las lágrimas que arrancó el impresionante discurso de Barack Obama al cierre de la Convención Demócrata del pasado jueves, un hecho es insoslayable: este candidato, que ya tiene un puesto ganado en la historia, no logra cuajar del todo en una porción importante del electorado, que aún lo ve como un sujeto distante, indescifrable y peligroso.

Desde hace varios días, lo que ronda en el ambiente es que sus cualidades más visibles se han convertido en pesadas cargas. Un extenso e interesante artículo, publicado en el New York Times el  28 de agosto, último día de la multitudinaria reunión demócrata, hace una compleja radiografía del líder demócrata.

Mientras que la versión oficial dice que el senador por Illinois dejó una jugosa posición como abogado, para irse a trabajar en los barrios, hombro a hombro con los desposeídos, la nota del NYT da una visión distinta: su gran ambición e incluso su profundo mesianismo  fueron las motivaciones reales que lo llevaron a convertirse en líder comunitario y a construir una red de influyentes amistades políticas en Chicago, con el objetivo estratégico de sumar fuerzas para llegar al senado estatal, primer paso de un proyecto de gran calado.

Su capacidad indiscutible para movilizar sobre todo a los jóvenes, mediante una oratoria electrizante, está dejando por fuera lo que busca con desespero el elector común, agobiado por la devastadora crisis económica: respuestas concretas, creíbles, inmediatas. Los problemas no se resuelven a punta de labia. Hay quienes creen que si no le pone a la esperanza cifras y planes específicos, Obama puede perder.

Además, lo que ya se ha vuelto una seria preocupación, común entre los analistas que buscan explicar por qué McCain ha logrado, en algunas encuestas, igualar e incluso superar al candidato afroamericano, es que este brillante abogado de Harvard, con gran vuelo intelectual, no logra sintonizarse de verdad con “los de abajo”. Pero más allá de esa supuesta dificultad, hay muchos que aún desconfían a fondo de lo que de verdad es y representa este hombre, con una historia personal que se sale del molde del clásico político norteamericano.

Para empezar, el tema racial. Como se vio durante las elecciones primarias, el escándalo con el pastor Jeremiah Wright, antiguo mentor de Obama, fue una bonita escusa para cuestionar la sinceridad de su mensaje de superar las históricas divisiones raciales o de clase, para construir una nación de veras plural. Ese es un fantasma que lo ha perseguido durante toda la campaña, sumado al caballo de batalla del Partido Republicano: que el tipo carece de criterio y de kilometraje mínimo para tomar las riendas de una superpotencia cercada.

Y para cerrar con broche de oro, la famosa revista Rolling Stone, entusiasta seguidora del candidato demócrata, acaba de publicar un explosivo artículo en el que revela que tanto Obama como su contrincante republicano han violado de manera flagrante las normas electorales de financiación, mediante argucias que, a la final, permiten la entrada de grandes donantes provenientes de Wall Street, por ejemplo.

El mismo informe dice que el candidato demócrata está recibiendo jugosas contribuciones de poderosas instituciones financieras como Gold-man Sachs, JP Morgan Chase, Lehman Brothers y Morgan Stanley, lo que abre un gran interrogante sobre  la independencia de Obama a la hora de proponer y sacar adelante nuevas regulaciones que metan en cintura a los especuladores.

A pesar de las sospechas y de las críticas, Obama representa una nueva era. Su salvación está en los jóvenes y también en el voto hispano, que crece día tras día a favor del Partido Demócrata. Si logra la asistencia masiva a las urnas de estos dos sectores dinámicos de la población, veremos en la Casa Blanca al primer presidente afroamericano en la historia de un país que requiere con urgencia restaurar los valores de la libertad y de la igualdad de oportunidades, pilares de su hoy cuestionada legitimidad.

 

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