El colapso del fenómeno humano

Arturo Guerrero
10 de febrero de 2017 - 03:52 a. m.

¿De qué se agarra uno? Se acabaron la verdad, la justicia, el desinterés, el ejercicio del pensar, la honradez, todo lo relacionado con la vida pública feneció. No queda tabla de salvación. Las gentes van al garete, sueñan entrecortado, les sube una angustia en no se sabe qué órganos.

Permanecen las emociones, el miedo, el cada cual con sus cadacualitos, la obtusa militancia en algún fanatismo. Son el país y el mundo los que se desbaratan. No hay a dónde fugarse, el camino es culebrero.

En catástrofes anteriores se destruía un continente –Europa-, se achicharraban ciudades –Japón-, se arrasaban razas –América descubierta-, caían imperios. Al cabo de unos años, retoñaban los campos, se erizaban urbes, fosforecía la economía.

Hoy es peor. Hoy colapsan las bases del fenómeno humano. Tiemblan las seguridades que le daban algún sosiego a la existencia. Los demonios se adueñan del tuétano de los huesos evolucionados.

La democracia, sus pesos y contrapesos, los candados que cortaban el ingreso de la nada, las instituciones en que confiaban ricos y pobres, este conjunto conocido como civilización, se desmorona ante la cara pálida de multitudes que todavía no advierten la hondura de la grieta.

No todos empavorecen. Hay una minoría astuta que sabe muy bien qué quiere y para dónde van sus intereses. Se atavían de salvadores, recogen las palpitaciones del pánico general y formulan frases sencillas que molidas con insistencia se convierten en mantras.

Este verbo es incendiario. Es capaz de consolidar muchedumbres y de conducirlas a fechorías disfrazadas de panacea. Aquellos guías han aparecido con periodicidad en otras eras históricas, pero ahora recogen cosechas sembradas desde siglos.

La encrucijada actual no es nueva. Es un resultado, no un punto de partida. Su furia se acumuló a lo largo de infinitas devastaciones históricas. Nadie imaginó que fuera tan rápido el desencadenamiento. O tal vez nos parece rápido porque no previmos a tiempo la debacle.

La habían advertido filósofos y novelistas. Sus pormenores están escritos. El Gran Hermano, el año 1984 del absoluto control, todo lo sólido que se desvanece en el aire, la muerte de dios, el ensayo sobre la ceguera, el ser y la nada, el hombre líquido.

La había graficado Cormac McCarthy en La carretera: ¨tal vez en su destrucción sería posible al fin ver cómo estaba hecho el mundo. Océanos, montañas.  El fatigoso contraespectáculo de las cosas dejando de existir. La extensa tierra baldía, hidróptica y fríamente secular. El silencio¨.

¿Un consuelo, una luz? Sí, también la da el protagonista moribundo de esta novela posapocalíptica, en diálogo postrero con su hijo de ocho años:

¨Tienes que llevar el fuego.

No sé cómo hacerlo.

Sí que lo sabes.

¿Es de verdad? ¿El fuego?

Sí.

¿Dónde está? Yo no sé dónde está el fuego.

Sí que lo sabes. Está en tu interior. Siempre ha estado ahí. Yo lo veo¨.

arturoguerreror@gmail.com

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar