El color del gato (I)

Andrés Hoyos
08 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

Ahora que los mosqueteros anticorrupción andan con la idea de formular un programa común para las elecciones presidenciales, es clave traer a cuento la famosa parábola de Deng Xiaoping, quien contradijo las rígidas premisas ideológicas del maoísmo diciendo: “no importa que el gato sea blanco o sea negro, con tal que cace ratones”.

Una de las formas del subdesarrollo consiste en equivocarse de problema y, por lo tanto, de solución. Pensemos por un momento en las razones posibles para que el Estado sea empresario. Ya se sabe que cuando se mete en demasiados sectores, el fracaso es inevitable. Cuba, Corea del Norte, la Venezuela chavista y los viejos países comunistas serían grandes potencias si esto no fuera cierto. De otro lado, hay ramos de la actividad productiva donde el poder monopólico u oligopólico privado, con más veras si es multinacional, puede emascular el progreso de una economía en desarrollo.

Lo anterior induce a pensar que solo por excepción debe el Estado ser propietario del 100 % de una empresa —aquí funciona bien EPM, pero no la EAAB, por ejemplo— y, sobre todo, que debe escoger bien las actividades económicas en las que interviene mediante sociedades mixtas, como pasa con Ecopetrol y el Grupo de Energía de Bogotá. Este esquema me parece preferible en dos sectores: el petrolero y el minero. En ambos está comprobado que cuando una multinacional actúa sola, las posibilidades de que el país salga tumbado son altísimas. Cualquier empresa puede recurrir a la contabilidad “creativa”, pero el riesgo es mucho más alto en las industrias extractivas. La filial local de una multinacional puede adquirir deudas astronómicas, o celebrar contratos leoninos con un corresponsal, o vender por debajo del precio comercial, consiguiendo así exportar sus utilidades, sobre todo a paraísos fiscales. También se ha visto que se carguen una zona ambiental o que incurran en prácticas sociales dañinas si nadie se entera. Mucho más difícil, aunque no imposible, lo tendría esta empresa para hacer sus maturrangas si el Estado tiene presencia en su junta directiva. Según esto, el Estado deberá tener una batería de agentes corporativos, muy bien remunerados, que lo representen en estos centros de decisiones. Ellos se deben guiar, además, por unas directrices claras de qué es aceptable y qué no.

La otra razón para que el Estado sea empresario es la aversión de los privados al riesgo de largo plazo en alguna rama esencial para el desarrollo de un país. Me contaba un experimentado empresario que una represa, como la de Pescadero-Ituango, no la haría nunca una multinacional por cuenta propia. El riesgo país y la presión inmediatista de sus accionistas se lo impedirían.

Ahora bien, cuando un sector madura, no es ninguna traición a la patria que el Estado venda sus acciones, ya sea la totalidad o la mayoría. Es, pues, absurdo afirmar que todas las privatizaciones son dañinas, como lo es afirmar que el Estado no debe participar en ningún sector productivo. Los gatos grises, o sea las sociedades mixtas, son una gran solución.

Hay, sin embargo, gente en Colombia a la que lo único que le importa es el color del gato. Suelen estar ubicados en los extremos del espectro político. Los nombres son de sobra conocidos. Piénselo así: si usted se cruza con una persona que se despeluca y exclama que el Estado debe ser empresario siempre o que no debe serlo nunca, esté seguro de que se trata de un fanático.

andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes

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