El color del gato (II)

Andrés Hoyos
15 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

Hace unos meses me llamaron de la ETB a hacerme una oferta atractiva, mejor que la de Telmex Hogares que ahora tengo. Les dije que en ese momento no podía atenderlos, que por favor me volvieran a llamar o me enviaran información por correo electrónico. No hicieron ni lo uno ni lo otro. Según he averiguado, mi experiencia dista mucho de ser excepcional.

Por estos días se discute la conveniencia de vender o no las acciones que Bogotá tiene en la ETB. Nos dicen que la empresa no se debe vender porque es valiosa, ante lo que habría que argumentar que nadie daría un peso por ella si no tuviera un futuro promisorio. Contra argumentan esos mismos críticos que los nuevos dueños la van a desmantelar, es decir, que la compran para perder hasta la camisa. Raro, muy raro.

Es cierto que en los últimos años la ETB hizo grandes inversiones en fibra óptica, pero también lo es que desde hace tiempo tiene una política comercial en extremo débil. No por otra razón ha ido perdiendo valor a lo largo de los años, con pocos y engañosos altibajos. A juzgar por el precio máximo de la acción en pesos –1.280 en 2009–, hoy la ETB vale menos de la mitad (sin tomar en cuenta la inflación) y cuando la cuenta se pasa a dólares, la suma llega apenas a la tercera parte. Las cifras son, pues, tozudas, así la ETB no se pueda comparar con Telecom, que después de valer varios miles de millones de dólares a comienzos de los noventa, redujo su valor casi a cero.

Asegura Eduardo Sarmiento que la referencia del valor de la ETB deben ser las proyecciones futuristas de un agente financiero muy experto y no el precio de bolsa, como sucede en todo el mundo. Es un argumento inverosímil. Las cosas valen lo que los compradores están dispuestos a dar por ellas y la bolsa mide justamente esto. Claro, la venta de la ETB se puede organizar bien, de suerte que los compradores terminen pagando una prima por encima del valor bursátil –qué sé yo, un 20 % más–, pero es descabellado pretender que paguen el doble del valor en bolsa.

Una comparación expedita relativa al color de los gatos en este sector nos permite concluir que Telia, el gigante sueco de las comunicaciones, tiene una participación del Estado del 37,3 %. Finlandia es dueña de otro pedacito. En el gigante alemán, Deutsche Telekom, el Estado es dueño del 31,8 %. En Orange S.A. (ex France Télécom), el Estado apenas tiene el 13,4 %. Claro, en el gigante inglés, BT Group, así como en todas las empresas de telecomunicaciones americanas y canadienses la participación del Estado es 0 %. Sobra decir que estos Estados cobran cuantiosos impuestos sobre las utilidades generadas y los dividendos repartidos por cada una de estas compañías.

Jorge Enrique Robledo, el más dogmático de los mosqueteros anticorrupción, siempre se ha opuesto de patas y manos a que un monopolio estatal se vuelva mixto, y cuando a pesar de su estridencia esto sucede (por lo general con buenos resultados), se vuelve a oponer de patas y manos a que el Estado reduzca su participación o la empresa se privatice del todo. El gato de Deng Xiaoping, para él, debe necesariamente ser blanco, cace o no ratones.

Otros, en cambio, somos propensos a hacer la apología del gato gris, conocido por sus habilidades cinegéticas. A Bogotá le convendría conservar las acciones de la ETB si y solo si hubiera certeza de grandes dividendos en el futuro inmediato. No la hay, de modo que es preferible vender.

andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes

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