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El confidente de Manning

Bill Keller
16 de marzo de 2013 - 11:00 p. m.

A principios de 2010, el soldado Bradley Manning subió una mina de oro digital de documentos estadounidenses, militares y diplomáticos, clasificados, a los insurgentes de internet WikiLeaks.

Como todos saben, WikiLeaks hizo accesibles estos archivos secretos a  agencias periodísticas importantes, incluido The New York Times. Se publicaron muchos artículos reveladores y alarmantes, y Washington ha estado rechinando los dientes desde entonces.

El fundador de WikiLeaks, Julian Assange, todavía está, hasta donde sabemos, escondiéndose en la embajada de Ecuador en Londres, temeroso de que pudieran extraditarlo por su parte en esta fuerte pérdida de secretos, aunque hasta ahora los únicos alegatos sobresalientes en su contra implican acusaciones de delitos sexuales en Suecia.

Entre tanto, Manning, un nerd de la inteligencia, de bajo nivel, 25 años de edad, está sujeto a vistas previas en el fuerte Meade, en Maryland, Estados Unidos. Se declaró culpable de delitos que conllevan hasta 20 años de cárcel, y el gobierno está acumulando más cargos, incluido un Artículo 104 del código militar, “ayudar al enemigo”, con el cual podrían darle una sentencia de cadena perpetua.

En su declaración ante el tribunal militar, Manning dijo que antes de relacionarse con  WikiLeaks, trató de entregar su tesoro de documentos robados a The Washington Post y a The New York Times. En el Post, quedó desalentado cuando una reportera le dijo que antes de poder comprometerse tendría que involucrar a un editor sénior. En el  Times, Manning dijo que dejó un mensaje en el correo de voz, pero nunca le regresaron la llamada. Me desconcierta que a un tecno habilidoso y capaz de haber realizado una de las filtraciones más monumentales hasta ahora, no se le haya ocurrido hacerle llegar un correo electrónico o un mensaje telefónico a un editor o un reportero del Times, una hazaña que logran veintenas de lectores todos los días.

Sin embargo, ¿qué habría pasado de haberlo logrado? ¿Qué habría pasado de haber podido entregar sus documentos robados al Times? 

Antes que nada, puedo decir con cierta confianza que el Times habría hecho exactamente lo que hizo con el archivo cuando se nos suministró vía WikiLeaks: asignar periodistas para buscar material de interés público genuino, tomarse el trabajo de omitir información que pudiera causar la muerte de tropas en el campo o informantes inocentes, y publicar nuestros artículos con gran efecto. Los documentos habrían sido noticia, una gran noticia.

Sin embargo, estoy bastante seguro de que si hubiéramos sido los únicos receptores no habríamos compartido el regalo de Manning con otras agencias de noticias. En parte por razones de competencia, pero también porque compartir un tesoro de inteligencia en bruto, en especial con agencias extranjeras, podría haber aumentado el peligro legal para el  Times y para nuestra fuente. Así es que habría sido un golpe maestro para el Times, pero algo se habría perdido. Al compartir la base de datos ampliamente –incluida una gama de agencias informativas locales (El Espectador entre ellos)–, WikiLeaks le sacó muchísimo más jugo a los cables secretos de lo que nosotros habríamos hecho.

Si Manning se hubiese contactado con el  Times, habríamos entrado en  relación con un joven soldado del ejército, nervioso, afligido y enojado, quien ofrecía no tanto documentos de un agravio gubernamental en particular, como de una oportunidad para pescar en un mar de secretos. Sin haber conocido jamás a Manning (ya lo tenían bajo custodia para cuando recibimos los documentos de WikiLeaks), sólo puedo adivinar lo que podría haber sido esa relación. Complicada. Probablemente tensa. Claro que habríamos honrado cualquier acuerdo para proteger su identidad, aunque Manning no fue tan bueno en cubrir sus propias huellas (le contó la historia de lo que había filtrado a un expirata cibernético durante un largo chat de mensajes instantáneos, quien lo delató). Una vez que lo arrestaron, seguramente habríamos escrito un editoriales sobre la brutalidad del confinamiento solitario y quizá habríamos protestado por la alarmante exageración del cargo de “ayudar al enemigo”. (Si la filtración de Manning proporcionó alivio al enemigo, entonces también lo hace cada artículo informativo sobre los recortes al gasto en defensa, o la oposición a los ataques con aviones teledirigidos, o los reveses en Afganistán). Más allá de eso, nos habríamos asegurado de que Manning supiera francamente que estaba solo, como hicimos con el soplón de esta magnitud, más reciente, Daniel Ellsberg, famoso por los documentos del Pentágono.

“Cuando el gobierno actuó para procesar a Ellsberg, no sentimos ninguna obligación de asistirlo”, recordó el otro día Max Frankel, quien era el jefe de la oficina en Washington del  Times en ese entonces. “Él ejecutaba un acto de desobediencia civil y, presumiblemente, sabía que era menester que aceptara el castigo. En privado, nos sentimos satisfechos de que la Fiscalía se extralimitara y fracasara, pero no nos consideramos socios de él en ninguna forma”.

Lo que no hubiera sido muy diferente si el  Times hubiera sido su agencia de noticias, habría sido la responsabilidad legal de Manning. La ley ofrece la protección de la Primera Enmienda para una prensa libre, pero no para quienes hacen un juramento de proteger los secretos del Gobierno. 

Sin embargo, si Manning hubiera sido nuestra fuente directa, se podrían haber mitigado ligeramente las consecuencias. Aunque, en derecho, creo que a WikiLeaks y a The New York Times los protege por igual la Primera Enmienda, es posible que el fallo del tribunal en el caso del soplón pudiera estar influido por el hecho de que entregó los bienes a un grupo de expiratas cibernéticos con una sensibilidad de forajidos y una antipatía hacia los intereses de Estados Unidos. ¿Le costará eso a Manning al momento de definir la sentencia? Me pregunto. Y podría explicar la acumulación de cargos máximos. Durante la audiencia previa al juicio, la jueza, coronela Denise Lind, preguntó si la Fiscalía habría levantado los mismos cargos si Manning hubiera filtrado los documentos al Times. “Sí, señora”, fue la respuesta. A la mejor. Sin embargo, sospecho que el hecho de que Manning escogió a WikiLeaks, que va en contra del sistema,  hizo que el Gobierno estuviese más ansioso de sumarle  la dudosa acusación de “ayudar al enemigo”.

Si Manning hubiera entregado su material al Times, WikiLeaks no habría podido publicar cables inéditos, como hizo finalmente, desatento al riesgo para defensores de los derechos humanos, disidentes e informantes nombrados en ellos. De hecho, es posible que usted no se hubiera enterado de la existencia de WikiLeaks. La organización había tenido otras exclusivas regulares, pero Manning la puso en el mapa.

Y, finalmente, si hubiera tratado con el Times, quizá entenderíamos mejor a Bradley Manning. Tratado como celebridad y mártir por WikiLeaks y su base de seguidores, y descrito por los fiscales como un malvado traidor, se ha convertido en caricaturas opuestas. Antes de los procedimientos judiciales, la única ventana hacia la psique de Manning era la voluminosa transcripción de sus chats en internet con el expirata cibernético Adrian Lamo, publicada por la revista Wired. Describe a un joven, en sus propias palabras, “emocionalmente fracturado” –un gay en una institución nada hospitalaria con los gays, frágil, solitario, algo satisfecho con su propia inteligencia, algo vago sobre sus motivos–. Sus concepciones políticas aparecen rudimentarias. Su causa era “abrir la diplomacia” o quizá, en broma, “la anarquía mundial”.

En el fuerte Meade, Manning proporcionó una explicación más coherente de su motivación. Horrorizado por el daño colateral humano del contraterrorismo y la contrainsurgencia, dice que decidió “documentar el costo verdadero de las guerras en Irak y Afganistán”. Intrigado al leer los cables del Departamento de Estado, sintió la necesidad de que los contribuyentes se enteraran de “los acuerdos furtivos y las actividades aparentemente delictivas” que son el lado oscuro de la diplomacia. ¿Estuvo este sentido de una misión desde un principio o adquirió forma después con las expectativas de los entusiastas por la libertad de Bradley Manning? Es probable que la respuesta no marque ninguna diferencia en el tribunal. Sin embargo, podría ayudar a determinar el veredicto de la historia.

* Director de The New York Times entre julio de 2003 y septiembre de 2011.

 

 

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