El conflicto en Tumaco

Claudia Morales
28 de abril de 2017 - 03:30 a. m.

La primera vex que fui a Tumaco tenía seis años, es decir, hace 38. Sus playas estaban llenas de cangrejos y caracoles, los días eran pacíficos y era lejana la posibilidad de un conflicto que ahuyentara a los turistas y martirizara a sus habitantes.

Desde el 79 hasta ahora he ido ocho veces, la última en abril de 2014 cuando escribí un reportaje para este periódico titulado “¿Sonreír a pesar de la miseria?”. Tengo amigos allí que me buscan para contarme sus tristezas y lo sorprendente es que entre la frustración y la poca esperanza, aman el lugar.

Vuelvo a escribir sobre Tumaco porque de nuevo es noticia por lo coyuntural y no por lo esencial, que es su problemática social. Los titulares nos cuentan que hubo elecciones atípicas, cosa tremenda sabiendo que la clase política local también es responsable de sus desastres, y vimos las cifras recientes de cultivos ilícitos que muestran que Tumaco tiene el 18 % del total de las hectáreas sembradas en el país.

Además, la personera distrital informó que en 108 días 51 personas han sido asesinadas, y el fiscal general confirmó que el cartel de Sinaloa hace negocios desde allí. Entre tanto, los cultivadores de hoja de coca siguen organizando paros y no aceptan el programa de erradicación que empezaron hombres del Ejército y la Policía.

Esas noticias me recordaron mi visita del 2014 cuando el contralmirante Paulo Guevara, para ese momento comandante de la Fuerza de Tarea Poseidón de la Infantería de Marina, me dijo: “La guerra aquí sí se siente, sobre todo la guerra híbrida, la que está metida dentro de la población, eso se vive día a día”. Le repliqué: “lo oigo decir eso y pienso en el proceso de paz en La Habana”. Y contestó: “Es que el problema del narcotráfico no se va a acabar porque es muy lucrativo. Aquí quedarán carteles de la droga con otros nombres”.

Tuvo razón. Ya no está la columna Daniel Aldana de las Farc que controlaba todo lo que salía por el Pacífico, pero tampoco sabemos cuántos disidentes se quedaron allí delinquiendo por cuenta propia. Y las bacrim, y todos los narcos no dejarán ese negocio perverso y menos con el precio de la cocaína elevado un 35 %.

Los líderes campesinos con quienes hablé hace dos semanas coinciden con algo: el gobierno quiere que arranquen los cultivos ilícitos y siembren otros, pero no hay garantías de compra y tampoco de transporte. Si ustedes han estado en la zona, sabrán que allí no hay vías terciarias. ¿Que hay infiltrados en las marchas? Es posible, pero eso no puede eliminar del análisis la profunda pobreza de los tumaqueños y lo rentable que resulta para su supervivencia sembrar lo ilícito.

La planta de coca se cosecha cada tres meses y una hectárea produce tres millones de pesos. La primera cosecha del cacao se demora tres años y la del coco cinco. ¿Qué hace un tumaqueño mientras espera 3 o 5 años a ver su primera cosecha? Sin un nivel de ingreso subsidiado, lo que está haciendo el gobierno con el programa de erradicación será un fracaso. Llegó tarde el Estado y hoy el puerto pasa una cuenta de cobro por las promesas incumplidas desde siempre por los gobiernos nacionales, departamentales y municipales.

El Tumaco del 79 desapareció en manos de la delincuencia, de un Estado incapaz de hacer presencia, de su clase política y de unos habitantes que no supieron defender el paraíso que tenían a sus pies. El conflicto, por lo que veo y lamento, los tiene lejos de servir como el laboratorio de paz que nos han prometido.

*Subdirectora de La Luciérnaga. @ClaMoralesM

 

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