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El debate cultural

Carlos Granés
17 de enero de 2013 - 10:00 p. m.

En medio de la violencia, la polarización política y los reinados de belleza, ¿es relevante discutir sobre cultura? ¿Vale la pena entrar en disputas sobre estilos literarios y experimentos vanguardistas, o esto es un simple lujo que se dan las sociedades ricas, donde la ausencia de conflictos y tensiones internas se compensa con trifulcas en salones y revistas literarias?

George Steiner, uno de los intelectuales más cultos de Europa, dijo una vez que su mayor éxito como profesor había sido una alumna que dejó las humanidades para irse de médico a un paupérrimo pueblo de China. Su desencanto por la cultura vino al advertir un hecho trágico: las humanidades no humanizan. Los nazis aniquilaban judíos mientras disfrutaban de refinadas obras de arte. La decisión de su estudiante ganaba relevancia al comprobar que las artes no sólo no combaten la barbarie, sino que pueden trasmitir ideas y valores que atentan contra la civilización. Ejemplos no faltan: Marinetti, el líder de los futuristas italianos, cantó alabanzas a la guerra e hizo que los jóvenes de su generación vieran la hecatombe como una fuerza higiénica y una tentadora experiencia orgiástica. No en vano describió el campo de batalla como una “vulva gigantesca irritada por el celo del coraje”.

La cultura no nos hace mejores personas, necesariamente. Pero es por eso que el debate cultural tiene importancia. Las novelas y las obras plásticas no son meros divertimentos. En ellas hay un universo de valores que se lanza a la esfera pública en busca de seguidores. Todo producto cultural pretende seducir a través del gusto, y para lograrlo intenta que el espectador asimile las actitudes o las escalas de valores que lleva implícitas. Con la aceptación de los nadaístas, por ejemplo, se legitimaron la libertad anárquica, la irreverencia y el desprecio a la tradición. En una sociedad nunca da igual qué valores son los que se imponen. Más aún: las tensiones suelen darse por disputas entre segmentos que quieren dar prioridad a unos u otros. ¿Innovación o tradición? ¿Talento o espontaneidad? ¿Comercialización o experimentación? Es frecuente la rivalidad entre artistas que van en busca de influencias extranjeras y otros que privilegian los temas y tradiciones locales. Con esta disputa no está sólo en juego el talante de unas cuantas novelas o cuadros. Lo que está en juego es una mentalidad: abrirnos al mundo o encerrarnos, ser cosmopolitas o nacionalistas.

Las artes hacen plausible lo implausible, hacen que concibamos lo inconcebible. Por eso se dice que se anticipan a su tiempo. En realidad no se anticipan a nada: crean la sociedad legitimando valores, actitudes y estilos de vida; embelesando a las personas para que alteren su forma de pensar, sentir y vivir. ¿Ser frívolos, hedonistas, disciplinados, iconoclastas, tradicionalistas, rebeldes, estetas, nihilistas, idealistas? La cultura tiene ese poder. Al asimilar una obra de arte, al defenderla, al vivirla, se está asumiendo todo un mundo. Y no todos los mundos son iguales. El debate nos permite evaluar qué queremos y qué no queremos, y esto no debe ser un lujo sino una necesidad.

* Carlos Granés

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