El decir de don Rigoberto

Reinaldo Spitaletta
11 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Algunas señoras de hace años, bien habladas y pudibundas, para no pronunciar una palabreja popular que se refería a un tipo bobote, o que se hacía, la suavizaban como “güevilívido”. Ahora, un ciclista descomplicado y de buen humor ha puesto de nuevo en la palestra un “taco” que ya transitaba las sendas de lo anacrónico: güevón. Y el asunto, como se dice hoy, se tornó viral.

Rigoberto Urán, que además ganó una de las más importantes etapas del Tour de Francia, ha estado de boca en boca por su respuesta a un reportero que le preguntó sobre la caída colectiva en la que él estuvo implicado. “Yo qué voy a saber, güevón…”, y entonces las redes se inundaron con la expresión. Memes, chistes y hasta una canción jocosa volaron por doquier. Es un auténtico, es un espontáneo, es un filósofo. De todo se ha dicho del gran pedalista.

En un país tan despelotado (y en muchas veces, tan güevón), donde los “modelos” para imitar oscilan entre políticos de baja estofa y narcotraficantes, entre estrellitas de realities y corruptos a granel, no queda otra que aplaudir la respuesta impensada del rutero. “A falta de pan, buenas son tortas”, se dirá. Puede ser un síntoma de falta de paradigmas. O, quizá, de que la filosofía es un tema de minorías.

Un país al que sus clases dirigentes lo han vuelto ropita de trabajo, solar particular, botín de sus trapacerías, en fin, no tiene otra manera de la resistencia que la risa. Y esta, tan difícil en situaciones de desventura como la de tantas gentes sin pan (ah, y hasta sin circo), brotó en todos los sectores con la ocurrencia del deportista, a la que se le agregó, además del goce, la sapiencia de lo popular.

¿Sabés por qué capturaron al secretario de Seguridad de Medellín? ¿Te enteraste de por qué Santos le hizo pistola a la aspiración de los jubilados de Colombia de que les rebajen sus aportes de salud del 12 % al 4 %? ¿Por qué diablos no se ha vuelto a hablar de Reficar y Odebrecht? ¿Sabías que este es un país en el que el fiscal anticorrupción es más corrupto que los acusados de corrupción? Y a todas estas preguntas, en cafetines y esquinas, la gente sacaba del cubilete la frase del simpático competidor.

Ahora, no han faltado las discusiones en si lo pronunciado por Urán se trata de un chiste o es un rango distinto del humor. Y entonces en algunos círculos ha vuelto el nombre de Freud y han ido y venido las teorías del inconsciente colectivo de Jung, y si el humor representa una auténtica manera de resistir a las opresiones (también a las presiones), a la maldad de los que detentan el poder. ¿Es un mecanismo de defensa el humor?

El chiste puede celebrarse con carcajadas, a veces incontrolables. El humor es más sereno, más hondo, más de sonrisa y reflexión. Eso se dice. Un ejemplo clásico de la diferencia de uno y otro lo propone el inventor del psicoanálisis. Hay un preso que va a ser colgado en la horca un lunes y ante tal situación el condenado dice: “¡Bonita manera de empezar la semana!”. Esto es humor, humor negro si se quiere. El humor es una especie de negación o alteración de la realidad. Un desprecio de ella. Una rebelión ante la misma. “En el humor triunfa el principio de placer sobre el principio de realidad”.

El chiste, entonces, es más espontáneo. Apela a la sorpresa de quien lo escucha y, tal vez por eso, solo hace reír la primera vez que se oye. No hay en él mucha premeditación. El humor, en cambio, es más racional. El pueblo colombiano quizá esté más alineado con el chiste, con el dicho rápido y risible. No sé cuál presidente de los últimos 50 años sea el que más chistes haya provocado en este país. Quizá Turbay, el mismo que dijo que la corrupción había que reducirla a “sus justas proporciones”.

Digamos, aunque ya se sepa, que a Rigoberto Urán los paramilitares le mataron en Urrao a su papá, un vendedor de lotería. La tragedia no lo apabulló. Así como ha pasado con decenas de miles de víctimas de la violencia en este país. Luchan. Se sobreponen. Y muchos no pierden la sonrisa. Tampoco la memoria. En efecto, el corredor antioqueño es un tipo de enraizada autenticidad.

Su respuesta puede ser una crítica a tanta pregunta fútil de los periodistas deportivos. ¿Por qué contestó así? En este caso —sin mediar la antropología, la sociología, en fin— habría que responder con sus mismas palabras: “yo qué voy a saber, güevón”.

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