El destino de los partidos ineptos

Eduardo Barajas Sandoval
25 de abril de 2017 - 03:00 a. m.

Después del brexit y la elección de Trump, los franceses han señalado, por ahora, el camino de la sensatez.

Un ponderado jefe liberal británico ha dicho que la Unión Europea, y una Europa tranquila, pueden vivir perfectamente sin el Reino Unido, pero no sin una Francia comprometida con lo uno y con lo otro. Con las alarmas ya prendidas ante el avance de un nacionalismo a ultranza, que podría cambiar en pocas semanas el mapa de Europa, al desdibujar la Unión y comprometer la tranquilidad del continente más agitado de los últimos siglos, no faltó quien pensara que el atentado terrorista del viernes pasado, dos días antes de las votaciones, podría aupar al Frente Nacional a la Presidencia de la Quinta República. Pero los electores dieron muestras de estar por encima de aspavientos y votaron conforme a sus convicciones, con la mirada puesta en un panorama más amplio.  

La característica principal del veredicto de las urnas es que lleva una buena dosis de cambio. Por primera vez, desde la fundación de la última república, ninguna de las dos agrupaciones políticas de derecha y de izquierda tradicionales, que siempre la gobernaron, ha pasado a la ronda final de una elección presidencial. Ya el Partido Socialista se había quedado por fuera en 2002, cuando Jean Marie Le Pen dio el susto que obligó a la mayoría a reelegir a Jacques Chirac. Ahora el gaullismo quedó eliminado por primera vez. El electorado resolvió desbordar a socialistas y republicanos y castigar su esterilidad política, reflejada en la ineptitud para presentar programas y candidatos convincentes, pero sobre todo para inventarse algo que no sea la repetición de sus credos desgastados y sin porvenir.

La alternación entre los dos grandes partidos ha sido ahora reemplazada por su relevo de los primeros lugares de la escala política. La aparición súbita de un liberal, que estuvo en el gabinete de François Hollande, no solo logró producir el entusiasmo por la renovación, sino que de paso consiguió “desconfigurar” al Partido Socialista al llevarse a su lado figuras importantes interesadas en una mutación innovadora. La línea oficial del partido cayó del ejercicio actual de la Presidencia, con la ayuda del fracaso del actual presidente, a un vergonzoso 6 por ciento del apoyo popular. Y el centro derecha, que en un momento parecía tener todo a la mano, se equivocó al permitir que François Fillon insistiera en competir por la Presidencia, a pesar del lastre de su comportamiento abusivo del erario, y entró en una encrucijada que no terminaría en nada bueno, pues si su candidato hubiera sido premiado a la hora de las votaciones, habría bajado el tono moral del país. 

La discusión de las próximas dos semanas, que precede a la ronda final, va a enfrentar al pragmatismo centrista “socioliberal” de Emmanuel Macron con el radicalismo de derecha de Marine Le Pen. De por medio estará, en el campo interior, no solamente la discusión de detalles sobre factores de bienestar cotidiano, y la presentación de alternativas sobre la manera de reanimar la economía nacional, sino el debate en cuanto a la forma de tratar a esa Francia que vive dentro de Francia, la de los inmigrantes que ya son ciudadanos, muchos de ellos musulmanes, y la manera de manejar la presumible llegada de muchos más. En el campo exterior estarán a consideración posiciones diferentes respecto de Europa y en particular de la militancia francesa en la Unión Europea, de la cual es a la hora de la verdad columna fundamental.

Marine Le Pen ha dicho que la batalla de ahora será por el alma de Francia. Eso puede ser cierto. Pero todo parece indicar que el espíritu republicano, que anima una reconocida responsabilidad ciudadana, y que hace de Francia una democracia madura, terminará por entender que la presencia del Frente Nacional es explicable, bajo las circunstancias, aunque su discurso radical no representa los valores de un país de amplio compromiso con la libertad y con la causa de la unidad europea. De manera que, en esa lógica, Emmauel Macron, a sus 39 años y con una corta experiencia política, si se le compara con los tradicionales líderes de la vida política francesa con vocación presidencial, no solamente se debe dedicar a atender el debate sino a prepararse para que los electores, unos convencidos y otros porque no hay alternativa, le encarguen la tarea de gobernar.

A diferencia de países con democracias de papel, donde los candidatos perdedores en una ronda no se comprometen a nada y abandonan el campo de batalla con el argumento precario de que “dejarán en libertad a sus partidarios”, en lugar de ejercer el liderazgo que de ellos se espera y continuar con el compromiso de que se escoja lo mejor que se pueda, en el caso francés los apoyos se van clarificando desde la misma noche de la primera ronda de la elección presidencial. Ya Benoît Hamon, a nombre de los socialistas, o mejor de lo que queda de ellos, ha declarado su apoyo a Macron. François Fillon, en nombre de los republicanos, con casi un 20 por ciento de apoyo electoral, ha hecho lo propio. La izquierda democrática agrupada en “La Francia insumisa” de Jean-Luc Mélenchon, que consiguió otro casi 20 por ciento, seguramente votará por el que le parece menos peor.

El populismo de derecha ha obtenido un éxito parcial, menor que el que esperaba, y aspira todavía a reeditar en Francia los golpes del brexit y del triunfo de un extraño y peculiar republicano en los Estados Unidos. El Frente Nacional no ha sido todavía derrotado. A los electores franceses corresponde ahora señalarle su destino, al tiempo que se decidan entre su extremismo y la renovación y marquen también el destino de Francia y el de la Unión Europea. Después de sacar de juego a los partidos tradicionales, ahí está su responsabilidad.

 

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