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El día de mi suerte

Tatiana Acevedo Guerrero
03 de marzo de 2011 - 03:00 a. m.

DURANTE DOS DÍAS DE LA SEMANA pasada 31.115 habitantes de la ciudad de Cali le atinaron coincidencialmente al número ganador del chance.

Esta inusitada ola de buena suerte me hizo recordar aquellas rachas de ventura en la costa Atlántica en las que filas de jugadores acudían a cobrar a las casetas de chance, tras haber descubierto el número prodigioso en patas de ranas, caparazones de tortugas y aletas de bocachicos. En una ocasión miles de barranquilleros le apostaron a la fecha de la Virgen del Carmen, durante la celebración de la emblemática festividad, y (qué buena suerte) resultaron victoriosos.

“Son situaciones dignas de la obra de Gabo”, afirmaron algunos por aquel entonces. Sin embargo, en los juegos de suerte y azar colombianos hay mucho de realismo y más bien poco de magia.

A los episodios de triunfo colectivo en el Caribe les sucedió la llamada “guerra del chance”, que llevó a la quiebra (los más crédulos dirán mala suerte) de la mayoría de casas de apuestas de la ciudad y culminó con el asesinato de 18 empresarios y promotores de apuestas. Desde entonces, el orden que logró imponer a comienzos de la década alias La Gata ha sido varias veces desafiado.

En el resto del país el panorama no es muy distinto. Monopolios del chance regionales exhiben manejos internos opacos y ejercen presiones en las licitaciones oficiales. Por ello, toda organización ilegal, desde bandas criminales establecidas hasta cuadrillas de maleantes, quiere participar en el negocio de las apuestas permanentes.

Es tanto lo que está en juego que la reforma estructural del manejo de loterías y apuestas transitó durante años en la última legislatura sin llegar a ser aprobada. De acá que cada que se presenta un informe periodístico u oficial sobre el accionar de las bandas criminales en entornos metropolitanos, el control de los juegos de azar surja como una actividad ilegal más, junto con la venta de droga, la extorsión y el contrabando.

El de la suerte, no cabe duda, es otro campo de batalla.

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