El dilema monetario

Salomón Kalmanovitz
09 de marzo de 2015 - 01:29 a. m.

No quisiera estar en los zapatos de los codirectores del Banco de la República pues enfrentan una difícil disyuntiva. El crecimiento de la economía se frena, al tiempo que la inflación aumenta, lo cual requiere políticas monetarias antagónicas: la recesión se debe paliar con tasas de interés más bajas, pero la inflación (y la devaluación que la está causando) requiere un endurecimiento, o sea tasas de interés más elevadas.

Si bien es cierto que parte de la inflación es causada por el fenómeno de El Niño y que se aliviará cuando vuelva a llover en forma regular, otra parte está asociada al mayor valor de las importaciones de trigo, soya y sorgo que constituyen la base de los precios internos del pan, del pollo (y el huevo) y el cerdo. La devaluación, a su vez, está ligada a la caída de los precios de nuestras exportaciones de materias primas, pero, además, a un déficit externo en cuenta corriente que cerrará 2014 en cerca de US$17.000 millones. Con un dólar a $1.800, este déficit representaba 4,6% del PIB, pero a $2.565 sube a 5,8% del PIB, cifra que prende una señal de alarma.

Tenemos un déficit con el exterior cuando gastamos más de lo que producimos: la inversión se financia en buena parte con ahorro externo (inversión extranjera más crédito externo), al igual que el gasto público, mientras que importamos mucho más de lo que exportamos con una diferencia de US$4.800 en contra nuestra, hasta noviembre del año pasado.

El Gobierno aumentó considerablemente su deuda con el exterior en 2014, para alcanzar US$60.000 millones frente a US$52.000 un año antes. El servicio de esa deuda en 2015 alcanzará US$6.317 millones, $16,1 billones, más de 2 puntos del PIB. La caída de la renta petrolera le resta casi otros 2 puntos del PIB al balance fiscal del gobierno consolidado, mientras que el déficit del gobierno central ya rondaba -3% del PIB. Los anuncios del Gobierno de ajustar el gasto público en $6 billones (0,8% del PIB) es un tardío reconocimiento a la difícil situación por la que atraviesa.

La devaluación no sólo asola al peso colombiano sino a casi todas las monedas diferentes al dólar americano. La Reserva Federal se apresta a normalizar la política monetaria de Estados Unidos, que está saliendo de su larga recesión, y llegado ese momento se puede profundizar nuestra devaluación, aunque ya el mercado ha descontado parte de este suceso futuro. Unas tasas internacionales más elevadas reducirán el flujo de capital externo hacia Colombia que es requerido para financiar el déficit externo, poniéndole presión a la junta directiva del Banco de la República para que también eleve su tasa de interés. Los bajos precios de las materias primas ya están ahuyentando la inversión extranjera en hidrocarburos, carbón y oro.

Entre 2003 y 2014 tuvimos términos de intercambio favorables que nos permitieron disfrutar de una prosperidad indudable. La tasa de desempleo se metió por debajo del 10%, logro que desafortunadamente se perderá este año. Se democratizó el consumo de autos, electrodomésticos y licores que retornan a niveles excluyentes. La devaluación fomentará las exportaciones y frenará en seco las importaciones, incentivando nuevamente su sustitución, pero tomará tiempo y posiblemente no alcance a llenar el hueco que deja la caída de las actividades mineras. Con todo esto, la política monetaria difícilmente ayudará a salir de una recesión inflacionaria.

 

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