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El dolor envuelto en poesía

Aura Lucía Mera
22 de febrero de 2011 - 03:00 a. m.

LOS HABITANTES RECOGEN CON DElicadeza partes de cuerpos que arrastra el río.

Ese río que nos atraviesa como una puñalada, como una lanza ensangrentada. Ese río que arrastra cuerpos, los arropa en sus aguas, los lleva hasta la orilla, o simplemente los desvanece en su recorrido para que al llegar al mar se fundan con el agua salada y con el vaivén de las olas y la arena incesante puedan descansar en paz.

¿Cuántos hombres y mujeres han recorrido un camino, ya inertes, inexistentes para sus seres queridos, que jamás los pudieron encontrar? Hombres y mujeres, muchos niños que salieron un día de su casa, tal vez un día de sol, a lo mejor tarareando una canción, con los utensilios de labranza o el balde para el ordeño y de pronto se sintieron atravesados por balas de fusiles en manos de anónimos asesinos, o degollados a machetazos, o estrangulados por garras sedientas de sangre. Víctimas inocentes de una guerra que no cesa, que se inició desde el comienzo, en la conquista, en la colonia, en la república, adobada después con los odios partidistas, extremada después por narcotraficantes, guerrilleros y paramilitares.

Y el río, el río ancho, de aguas casi rojizas, misterioso y silente, recibe esos cuerpos y los lleva hacia el mar. Pero surgen el milagro y la poesía. En Puerto Berrío, en un caudaloso recodo, campesinos amorosos se dedican a recuperar esos cuerpos, o partes de ellos, antes de que los peces, las aves, el calor y el agua los acaben de descomponer. No saben sus nombres. No importa. Los llevan al cementerio, les dan nombre, un nicho los acoge, y esos hombres, mujeres y niños ya tienen quien los cuide, con flores, velitas e imágenes sagradas.

Esos campesinos, llenos de coraje y de amor, quieren que ese cementerio sea el testimonio vivo del conflicto colombiano. Que el olvido no triunfe. Que esas tumbas “escogidas” recojan todo el dolor de las desapariciones, la sangre y la violencia irracional que nos inunda. Que esos N.N. condenados a no haber existido jamás, a ser borrados de la historia, tengan su lugar.

A su turno, los campesinos sólo les piden a esos cuerpos que les concedan dones, prerrogativas, iniciando así un culto entre difuntos y vivos, en el que la magia, el ritual y los milagros toman vida. La poesía y el amor cubren con un manto intangible y delicado tanto dolor.

Esta es la última exposición de Juan Manuel Echavarría, hombre excepcional, que ha dedicado su talento, su arte, su energía, a rescatar del olvido, precisamente, esa historia sangrienta, esas heridas que no podemos permitir que se borren. Sus fotografías, como lo expresa el curador del Museo de Arte Moderno La Tertulia, Miguel González, “logran armar un relato desde lo artístico, produciendo metáforas donde no está ausente una poesía que oscila entre lo catastrófico y lo conmovedor”.

Actualmente la Exposición está en Cali. Me imagino que recorrerá toda Colombia. Gracias, Juan Manuel, por ayudarnos a no perder la memoria. Por lograr vestir de poesía y magia el trágico y absurdo final de nuestros hermanos. Gracias, habitantes de Puerto Berrío. Nos dan una lección de dignidad y amor.

 

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