El efecto dominó del discurso político

Catalina Uribe Rincón
15 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

Recuerdo a una profesora del colegio que no nos dejaba ir al baño durante la clase argumentando que “si dejaba ir a una estudiante, tendría que dejar ir a todas y le tocaría dictar clase a un grupo de sillas vacías”. Me acuerdo también de preguntarme por qué habríamos de querer salir del salón todas a la vez. De cualquier forma su razonamiento me parecía efectivo. Efectivo, claro, en la medida en la que lograba que nadie le refutara su visión tremendista de la ida al baño.

Esta forma de debatir se conoce como el efecto dominó, y consiste en afirmar que si se permite un evento X necesariamente se llegará a un terrible evento Y. La mayoría de las veces, sin embargo, se trata de una falacia. Casi siempre existe una falla en los hechos que conforman la supuesta cadena de implicaciones. Es verdad, en el caso de mi profesora, que si uno quiere seguir un principio de justicia debe aplicar la misma norma y dejar a todos ir al baño, pero de ahí no se sigue que todos vayan a querer ir, ni muchos menos que vayan a querer ir al mismo tiempo.

Ahora en tiempos de campaña vale la pena recordar que a nuestros políticos les fascina esta forma de argumentar. Aún más cuando se trata de otorgar derechos o aceptar al otro. Cada vez que la Corte Constitucional avala el derecho a cada quien de vivir su vida como lo desee, salen los oportunistas a pronosticar el fin de los “valores”. Cuando se discute el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo no falta el que dice que el futuro método anticonceptivo será el aborto. De la participación política que tendrán las Farc varios políticos pronostican, contra toda evidencia, una tiranía chavista en Colombia.

Pese a su evidente desproporción, este tipo de falacias son muy poderosas y hacen parte efectiva de la retórica pública. Pero los juegos mentales, si bien sirven para revisar ideas, no son confiables como predicciones de política. Presentan escenarios implausibles como reales, amenazan con destruir el orden al que nos hemos acostumbrado y nos alarman sobre lo que no va a llegar a ser. Argumentar con falacias es, en últimas, una retorcida forma de mentir. Vale la pena esforzarnos en no dejarnos embaucar.

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