El equilibrio Lee

Alberto Carrasquilla
26 de marzo de 2015 - 04:00 a. m.

Hacia 1965 Singapur era para efectos prácticos un simple telón de fondo para un antiguo e importante puerto naval Inglés en Malaya, en un proceso de desmonte que terminaría en 1971.

Una ciudad-isla con cierto esplendor colonial, poblada por menos de 2 millones de personas pobres en general e inmensamente diversas étnicamente, tanto que ni siquiera compartían un idioma en común. Por si la pobreza, el desempleo y la diversidad étnica no fueran suficiente desafío para el desarrollo, resulta que, además, estaban en medio de un proceso de separación política respecto de Malasia, estrenando una independencia que la inmensa mayoría del mundo veía como episódica. Entre otras cosas, porque muchos estaban prediciendo una toma comunista inevitable, amparada en el rechazo a la corona británica,m sobre todo en la población China, y hasta inminente, de cara a los líos reiterados de la aventura americana en Vietnam.

Contrario a los vaticinios de las Casandras, y bajo el liderazgo de Lee Kuan Yew, que en paz descanse, Singapur se convirtió en uno de las máximas encarnaciones de los mal llamados milagros económicos asiáticos, si no la estrella absoluta en esa exigentísima liga de campeones. Medido en dólares constantes de 2005, su PIB per capita se multiplica en 7,6 veces (contra, digamos, 2,4 que logró Colombia) y está hoy entre los más altos del mundo. En el mismo lapso logra construir uno de los dos o tres mejores sistemas educativos del planeta, medido por sus resultados PISA, tener dos universidades entre las mejores 50 del mundo (la primera latinoamericana aparece en el lugar 132, para ubicarnos). Ya en el año 2000 la OMS planteó que su sistema de salud era el número 6, entre 192 países, en términos de desempeño general. Y así.

En su libro autobiográfico, publicado en el año 2000 con gran éxito, Lee deja muy claro que es un hombre brillante e inmensamente ilustrado, desde luego, pero sobre todo que es un hombre pragmático y firme en el sentido de juzgar inaceptables, y rechazar con vigor, todas aquellas ideas e iniciativas que no elevan la calidad de vida de la población, variable que siempre fue su objetivo explícito. Su base política, donde comenzó a trasegar esas lides en los años 50, fue un movimiento sindical de izquierdas cuyo hilo conductor era el anticolonialismo y sobre esa base es que se convierte en el Primer Ministro que, en 1959, inaugura la autonomía respecto de los británicos. Posteriormente, defendió con pasión la idea de crear Malasia, en fusión con Malaya, llegando a transmitir en tres semanas 36 charlas radiales en tres idiomas diferentes (inglés, malayo y mandarin). De manera pragmática, echa reversa en esa convicción cuando se percata que, aterrorizados por la presunta amenaza comunista que se cernía sobre Singapur, las élites Malasias buscan expulsarlo de la unión recién estrenada y se dedica, desde 1965, a liderar un estado autónomo reconocido y respetado. Rápidamente impone ---el verbo pega como anillo al dedo--- la propiedad privada como eje fundamental del desarrollo, el inglés, el mercado libre y la globalización como herramientas de la unidad nacional, la responsabilidad individual (incluyendo el ahorro forzoso en cuentas individuales para vivienda, salud y pensiones) como instrumento operativo y el respeto a la autoridad y a la ley como modo de vida. Dirán que todo es mas sencillo en una ciudad de 5 millones que en un país de 50, pero lo cierto es que el gran reformista y gran pragmático Deng Xiaoping, con un país de 1000 millones de pobres por delante, inspiró sus reformas de 1980 en el ya evidente éxito de Lee en Singapur. Nuevamente, con cifras en mano, los resultados saltan a la vista: en una sola generación las políticas de Deng y sus sucesores, inspiradas en el pragmatismo de Lee, sacaron a mas gente de la pobreza que la suma de todos los estados sociales de bienestar que en el mundo han sido.

Contra la noticia triste de su muerte, releyendo con algo parecido a la reverencia sus reflexiones y reminiscencias, uno no puede sino ver a América Latina, en general, y a Colombia en particular como párvulos que llevan chapuceando décadas enteras en ese charco cualquiera que los economistas llaman el equilibrio malo.

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