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El estado civil y la nevera

Columnista invitado EE
09 de octubre de 2015 - 08:19 p. m.

¿Se han preguntado qué tienen que ver los productos que habitan en la nevera con nuestro estado civil e, incluso, con nuestra edad? Échenle un vistazo al interior de su compañera rectangular y verán de qué les hablo.

La que más recordamos con cariño es la de nuestra infancia: siempre abundante, generosa y nutritiva. Era una pequeña muestra de un supermercado, y la responsabilidad de su surtido recaía en la mamá, quien conocía los gustos de toda la familia. Cuando la abríamos, siempre estaba repleta de nuestros alimentos favoritos y de una que otra sorpresa como señal de amor. Qué emoción era llegar del colegio y encontrar carnes frías, despegarlas con cuidado del plástico y saborearlas una a una. Era un premio para el paladar.

Pronto, crecemos y nos convertimos en adolescentes detestables, y algunos productos que no nos interesaban de niños nos comienzan a llamar “demasiado” la atención. Es así como las cervezas comienzan a desaparecer de la puerta de la nevera “como por arte de magia”, al igual que el vino de cocina. ¿Quién se me está tomando el vino de caja?, preguntaba mi mamá desconcertada.

Quienes se independizan compran una pequeña o la piden prestada, como en mi caso. Todavía recuerdo la Centrales setentera, verde menta y pesada como un elefante, de mi apartamento de soltera. Era saludable pero básica, con tuppers con fruta picada, huevos, bebidas lácteas, jamón, queso, verduras de la semana y cerveza, por supuesto. La antítesis es la típica de un hombre soltero joven, en donde siempre habrá un limón dañado, jamoneta de un color desconfiado, cerveza “a la lata”, una caja de guaro, pan de molde y margarina. Aclaro que todos los productos, menos el trago, han caducado.

Cuando nos casamos, el ahora “nevecón” se recupera y vuelve a ser el centro de atención. Por algo dice el refrán: “barriga llena, corazón contento”. Ahora, productos exquisitos como quesos franceses, jamones y embutidos se apoderan de los estantes, al igual que un sinnúmero de salsas. En la mía no pueden faltar naranjas para hacer jugo natural, frutas y verduras, de lo contrario siento cargo de conciencia.

Algunas parejas quedan con la barriga vacía y el corazón triste. Es el caso de los divorciados, que vuelven a una nevera básica, para una sola persona, con la diferencia de que ahora los domicilios y la casa de los papás son comodines para no pasar hambre. Hay huevos, queso, jamón, una que otra verdura y fruta, jugo de naranja en bolsa y, claro, cerveza.

Otros logran vivir muchos años con una nevera llena y su corazón contento, hasta el día en que llega la muerte para alguno de los dos. No sólo cambia su estado civil, también su nevera. De nuevo está vacía y el corazón triste. Quizás el compartimiento más lleno es el refrigerador, en donde almacenan almuerzos y cenas porcionados. Aunque cuando los nietos los visitan, la compañera de aventuras culinarias se llena de alegría con alpinitos, jugos y yogures.

El ecosistema de una nevera sí está directamente relacionado con el estado civil y la edad de su dueño, convirtiéndose en un ciclo interminable, porque la de los abuelos se convierte en la de los nietos. ¿O acaso cuándo no había Pony Malta en la nevera de mi abuela?

Por: Pan de cada día

@Lapizysarten

 

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