El fantasma

Aura Lucía Mera
27 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

Hace muchos años un “fantasma” recorría el mundo. Era el fantasma del comunismo. Llegó, desató guerras, genocidios, llenó de cadáveres la Unión Soviética y fue desapareciendo, dejando a su paso dolor, corrupción, caudillismos grotescos y desolación.

En América Latina ese fantasma llegó tarde, como “sobrao de tigre”, y se instaló en Cuba, esa pequeña isla del Caribe que ejercía como prostíbulo de Estados Unidos y todavía no acaba de sacudirse el yugo de Fidel y sus súbditos. “Se acabó la diversión”, pero el comandante no logró nada positivo. Los ricos se fugaron y los que se quedaron se empobrecieron más, perdieron el derecho al ladrido y aprendieron a vivir en un ghetto rodeado de agua, sin perder el son ni la alegría. Venezuela intentó instalar la Revolución bolivariana cuando el comandante Chávez, lleno de petróleo y subsidiando “la masa”, se instaló como caudillo eterno, pero el cáncer se lo llevó, y por más que hable en forma de pajarito, su “sueño” se pudrió antes de madurar y el país hermano está viviendo uno de los más espantosos momentos de su historia, empobrecido, engañado y al borde de una guerra civil.

Ecuador ya pasó el susto y el caudillo feroz, Correa, ahora es un ciudadano del montón que sacan a gritos de los restaurantes. Lenín, a pesar de su nombre, devolverá la normalidad y el equilibrio social a su país. La Kirchner está siendo enjuiciada por ladrona. Evo se quedó sin voz...

Pero el fantasma actual que amenaza a Colombia es aún más aterrador. No es el comunismo, que se terminó hace rato aunque aquí no nos hayamos enterado. Es el fantasma de la inquisición de una ultraderecha donde se mezclan el caudillismo, las iglesias cristianas fundamentalistas, otras sectas, politiqueros, ricachones, terratenientes, nuevos ricos, mafiosos y empresarios, formando una especie de “ejercito” contra la paz.

Me pregunto qué pretenden sembrando a punta de mentiras y mensajes acomodados el terror de que las Farc entren en la contienda democrática y depongan sus armas. Que el país tenga una oportunidad de vida diferente. ¿De dónde sale tanto odio? Es curioso, pero este odio está enconado en los sectores más privilegiados económicamente. Si hacemos un sondeo objetivo ni los campesinos, ni los desplazados, ni las víctimas, ni los ciudadanos de salario mínimo se oponen a los acuerdos de paz. Tampoco los universitarios, ni los jóvenes de colegios privados “hijos de papi”, ni la Iglesia católica…

Qué pretenden, vuelvo a preguntar. ¿Seguir polarizando el país hasta desatar una guerra civil donde los muertos siempre son los campesinos? ¿Temen que Colombia cambie hacia una sociedad más equitativa? ¿Prefieren los falsos positivos y los paramilitares? ¿Temen que sus bolsillos se vean un poco menguados por pagar salarios más justos?

¿Retornaremos al cinturón de castidad, a condenar a los homosexuales, a prohibir libros? ¿Nos iremos al infierno todos los que queremos la paz a acompañar a García Márquez? ¿Beatificarán a la señora Cabal? ¿La Paloma será la de la guerra?

Me llega un correo de un exministro de Ecuador quien estaba de ministro de Defensa cuando Uribe, a mansalva, invadió el vecino país: “La paz es el estado ideal del hombre. No entiendo cómo un pueblo tan inteligente como el colombiano tenga gente que todavía se resista a la paz”.

Posdata. ¿Por qué a los que estamos de acuerdo con el proceso de paz nos tildan de castrochavistas? ¿Por qué esa inquina contra el presidente Santos? ¿Por qué tanto odio enquistado, vengativo?

 

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