El festín de los lobos de la guerra

Cecilia Orozco Tascón
27 de mayo de 2015 - 04:19 a. m.

LOS LOBOS DE LA GUERRA COLOMBIANA tienen convite de aullidos de felicidad.

La dicha embarga a estos depredadores porque pueden exhibir, de nuevo, sus mandíbulas untadas de sangre. Celebran el regreso del espectáculo de la muerte de los más pobres de los pobres del país. Esos que no le interesan a nadie en las ciudades porque eran NN en vida y lo seguirán siendo en la sepultura, salvo para sus padres, esposa, hijos y hermanos: su existencia no tuvo, nunca, ningún valor. O sí: fueron útiles para los lobos que, contrario a los auténticos animales de las estepas, combatientes por sí mismos cuando les toca, los pusieron de carne de cañón para disparar, matar, disparar y que los mataran. Al convite asisten, como habrían ido al circo romano, el procurador con sus colmillos afilados y su sonrisa blanqueada; el senador Uribe, encanecido pero sin la sabiduría de los viejos; Fernando Londoño, con su crueldad de hiena, y después de salir de un elegante club en que hizo reír a sus amigos de sus chistes sobre los desaparecidos del Palacio de Justicia cuya tragedia le produce tanta gracia. Se encuentran presentes, también, los lobos segundones: Obdulio Gaviria, Alfredo Rangel, los carlosholmes con su amabilidad de disimulo, las palomas-solo-de-nombre y sus pares, las cabales y otros más como estas y aquellos. Marcan tarjeta, claro está, los militares retirados, sentados en sofás de terciopelo y rascándose la panza repleta de trago y viandas mientras observan a lo lejos, cómo caen al suelo los soldaditos. Y, del otro lado, los romañas y asesinos de hace 30 y 40 años que ahora mandan a los de 17 y 20 a exponerse al fuego cruzado.

Desde cuando unos bárbaros de las Farc masacraron a 11 jóvenes militares de la base social, ninguno de apellido ilustre, han sido despedazados, a punta de bombardeos, otros 40 seres humanos. Y Bogotá, los empresarios, los ganaderos, los azucareros, en fin, los “civilizados”, exultan satisfacción: por fin volvimos a lo nuestro: la venganza pero, ante todo, la protección gubernamental para los negocios. Piden más: suspensión provisional, corte definitivo, portazo a la negociación, guerra, guerra, guerra. A lo lejos. Nada que afecte sus rutinas de lujo. Encarcelamiento y cepo para los enemigos; jueces de las propias tropas, ninguna pena para los criminales que mataron campesinos o muchachos de barriada que tampoco existieron sino en la mente calenturienta de unas madres quienes, entre otros detalles, jamás tuvieron hijos. Con todo, el enemigo de Santos no está entre ellos ni entre los de la Habana. Su enemigo es su carácter dubitativo, su política de cálculo, su indecisión, su miedo a tomar el toro por los cuernos, su temor a tener enemigos de su clase alta. Le llegó la hora, presidente. Se acabó la cháchara. Se la juega por la paz o se queda con la muerte.

Entre paréntesis I.- Hoy se reúne la Corte Constitucional con sus nueve miembros. Uno de ellos será el ponente que indicará cómo votar una demanda contra un artículo de la Ley de Tierras que le impide al Estado recuperar, del uso abusivo de los particulares, los predios baldíos que le pertenecen a la Nación. Ese ponente es Jorge Pretelt, quien se apoderó ilícitamente, de acuerdo con dictamen de Incoder, de una isla cercana a Cartagena y avaluada en diez mil millones de pesos. ¿Se declaró impedido? ¡Qué va! Y después me dicen que “tengo que” acatar las decisiones de esa corte porque si no cometo un delito. Vea usted, pues.

Entre paréntesis II.- Alguna vez, en charla de amigos, el columnista Ramiro Bejarano aseguró que Néstor Humberto Martínez —el superministro— era “más peligroso” como amigo que como enemigo. Me reí porque creí que era una broma. Estaba equivocada. El trámite de la reforma a la justicia demostró que la frase del jurista era una seria premonición.

 

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