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El fin del temor reverencial

Maureen Dowd
31 de julio de 2011 - 01:00 a. m.

Nerviosas al principio, después emocionadas ante el deleite, las mujeres y niñas entraron al mar sonriendo, salpicando y después uniendo sus manos, derribadas por las olas, echando para atrás la cabeza y finalmente, riendo de alegría.

En su mayoría, nunca antes habían visto el mar.

Las mujeres eran palestinas de la porción sur de la Ribera Occidental (Cisjordania), que no tiene salida al mar, e Israel no les permite la entrada. Se arriesgaron a una persecución penal. Y eso, de hecho, formaba parte de la idea: protestar por lo que ellas consideran que son leyes injustas.

En la desgastante rutina de las relaciones entre israelíes y palestinos —cero negociaciones, recriminaciones mutuas— el viaje ilícito fue un inusual suceso que unió los placeres más simples con la política más compleja. Demostró la razón por la cual la coexistencia aquí es difícil, pero también por qué hay, en ambas partes, personas que se niegan a renunciar a ella.

“Lo que estamos haciendo aquí no cambiará la situación”, dijo Hanna Rubinstein, quien viajó a Tel Aviv desde Haifa para participar. “Sin embargo, es una actividad más para oponerse a la ocupación. En el futuro, un día la gente preguntará, como hicieron con los alemanes, ‘¿Tú sabías?’ Y yo seré capaz de responder, ‘Sabía. Y actué’”.

Este tipo de visitas empezaron hace un año como la idea de una israelí y han florecido hasta convertirse en un movimiento de desobediencia civil.

Ilana Hammerman, escritora, traductora y editora, había estado pasando tiempo en la Ribera Occidental aprendiendo árabe cuando una niña le dijo que estaba desesperada por salir, incluso por un solo día. Hammerman, de 66 años de edad, decidió meterla de contrabando a la playa.

El viaje resultante impulsó a otras mujeres israelíes a invitarla a hablar, y eso dio origen a la creación de un grupo al que llaman “No Obedeceremos”. De manera similar, dio lugar a que una organización conservadora la reportara a la Policía para interrogarla.

En un anuncio periodístico, el grupo de mujeres declaró: “No podemos asentir a la legalidad de la Ley de Ingreso a Israel, que permite a cada israelí y cada judío desplazarse libremente en todas las regiones entre el Mediterráneo y el río Jordán, al tiempo que priva a los palestinos de este mismo derecho.

“Ellos y nosotros, ciudadanos ordinarios, tomamos esta medida con una mente clara y resoluta. De esta forma, tuvimos el privilegio de experimentar uno de los días más hermosos y emocionantes de nuestras vidas, para conocer y hacer amistad con nuestros valientes vecinos palestinos, y junto con ellos, ser mujeres libres, aunque sólo fuera por un día”.

La Policía ha interrogado a 28 de las mujeres israelíes en el grupo; sus casos están pendientes.

El viaje a la playa siguió un patrón: las mujeres palestinas se disfrazaron, lo cual significó quitarse ropa en vez de cubrirse. Se sentaron en los asientos posteriores de automóviles israelíes, conducidos por maduras mujeres judías, y se quitaron velos y largas vestimentas.

Las israelíes también ayudan a las mujeres palestinas con problemas médicos y legales.

Las Fuerzas Armadas de Israel, que empezaron a limitar el movimiento de los palestinos hacia el interior de Israel hace dos décadas, están a cargo de la emisión de permisos para visitas palestinas a Israel. Aproximadamente 60.000 serán emitidos este año, el doble del número registrado en 2010, pero aún una cifra simbólica. Hammerman considera que los permisos son el papeleo de burócratas colonialistas; al cual se deben resistir. Otros la han atacado por escoger y elegir cuáles leyes obedecerá.

Los viajes a la playa han producido algunas tensiones: un esfuerzo por generar interés en una biblioteca universitaria no tuvo éxito alguno; una invitación para pasar la noche fue recibida con el rechazo de maridos y padres palestinos.

Así que, en esta última visita, la playa elegida fue una de Jaffa que es frecuentada por árabes israelíes. Nadie notó a las visitantes.

Aharoni fue interrogada con respecto a sus pensamientos. Ella contestó: “Hemos ocupado otro país durante 44 años. Tengo 53 años, lo cual significa que la mayoría de mi vida he sido una ocupadora. No quiero ser una ocupadora. Estoy participando en un acto ilegal de desobediencia. No soy Rosa Parks, pero la admiro, porque ella tuvo el valor de romper una ley que no era correcta”.

 

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