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El fútbol enseña

Juan Manuel Ospina
03 de julio de 2014 - 04:38 a. m.

¿Qué tienen en común Andrés Escobar y Nelson Mandela? El uno, joven promesa del futbol colombiano vilmente asesinado hace 20 año por haber cometido un autogol frente a los Estados Unidos, que nos costó el paso a octavos de final. El otro, un hombre vertical en sus convicciones, modelo del político con propósito y compromiso, que tan escasos están, padre espiritual y político de una Sur África que construye democracia y convivencia, después de décadas de exclusión, odio y humillaciones de los blancos con las mayorías negras. Mandela vio en el futbol un instrumento único para superar el odio y abrirle el camino al reconocimiento del otro, pues en la cancha todos son iguales e importantes, en un escenario donde reina el juego limpio y el respeto a las reglas, so pena de ser expulsado.

Tienen en común que en sus vidas, y en el caso de Escobar con el sacrificio de la suya, el futbol mostró el fondo de la condición humana, en lo mejor y en lo peor; no en vano ese otro hincha que fue el escritor francés Albert Camus, un obsesionado con la condición y la dignidad humana, afirmaba que lo que conocía del hombre se lo había enseñado el futbol. El asesinato de Escobar, deprimió profundamente a un país que se encontró cara a cara con la miseria humana de su condición, producto de un narcotráfico y una corrupción rampante que se carcomía el alma de los colombianos; éramos por entonces una sociedad pesimista sumida en los escándalos y la violencia del día a día – años del 8000, de acciones guerrilleras exitosas y de un narcotráfico cuya presencia se percibía en todos los rincones de la vida social -.

Mandela por su parte, con su capacidad de entender a la condición humana nacida de su compromiso político y de décadas de cárcel y de reflexión, percibió que el futbol tenía la enorme capacidad de generar en las personas, en las masas, sentimientos y motivaciones profundas de unidad y esperanza, dos ingredientes fundamentales para que una sociedad sane sus heridas, se reconcilie consigo misma y contemple horizontes de una realización colectiva basada no en la coerción y la fuerza, sino en el respeto y la solidaridad.

Pues bien, otro ser humano con los ojos – de la razón y del corazón - abiertos a la realidad de la condición humana, de nuestra condición, José Peckerman, actuó con ella presente y ahora los resultados saltan a la vista. Su fórmula, ideas, comportamientos y compromisos sencillos, sabios y profundamente humanos: “Podés elegir correr solo o trabajar en equipo, y llegar lejos”. Pero para lograrlo: “le tenés que ganar al ego más grande de todos, que es el tuyo”. Remata recordando que: “cuando se juega en equipo, viejo, se celebra en equipo”. Más claro no canta un gallo.

No sé qué vaya a pasar el viernes, pero Peckerman ya hizo su tarea: mostrarnos a los colombianos que no estamos condenados al juego individual, egoísta e envidioso; que los resultados no son la obra de superhombres mesiánicos sino de grupos de personas, de equipos que le han ganado la pelea al peor enemigo, al ego personal “que es el más grande de todos”; y que el éxito no es de uno, es del equipo y que éste “se celebra en equipo”. Y lo hizo sin anular a las figuras, a la acción individual sino transformándola de un simple acto de vanidad personal, de “mesianismo futbolero”, a acción colectiva para que el equipo gane, pues solo entonces es posible “llegar lejos”.

Don José, ¡ya lo lanzan como candidato presidencial!, mostró con hechos que los colombianos con reglas y metas claras y compartidas, y con una conducción honesta y comprometida, podemos trabajar en equipo, dándole espacio a las capacidades individuales al liberarlas del egoísmo propio, “el más grande de todos”, como sucede ahora en medio de un “sálvese quien pueda” sencillamente suicida, sobre todo cuando finalmente contemplamos el fin de un conflicto que nos exige lograr comunidad de propósitos y una acción de equipo que respete las capacidades individuales. José Peckerman tiene la clave para salir adelante como sociedad.

 

 

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