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El general Uribe

Lorenzo Madrigal
10 de mayo de 2010 - 01:55 a. m.

PRETENSIÓN ES DEL SEÑOR PRESIdente de la República ( sigue siéndolo, bajo un sol crepuscular ) pasar a la reserva, no propiamente política, sino a la reserva militar, esto es, a ser oficial de los sábados, dicho sin menosprecio por esta oficialidad de afecto y pasión bélica y sin querer ofender, dígase de paso, a algunos amigos, que militan, en lugar de hacer jogging.

Imagino que el ex presidente Uribe escalará muy pronto y pasará en breve de soldado raso a teniente y a capitán y, aún más, a mayor y a coronel y a brigadier general. Figurará en las memorias de la reserva al lado del señor cardenal y general de soles y báculos, S. E. Aníbal Muñoz, de todos mis respetos. Fue su época la era dorada del Estatuto.

Qué mayor ambición puede caberle a la insaciable libido dominandi del ex presidente, del ex reelecto, que igualarse en la historia patria a su tataratío, el general Rafael Uribe Uribe. Entrarán los historiadores en confusión: a cuál general Uribe se hará referencia cuando se mencione a uno de los dos ilustres comandantes de tropa y de guerra.

¡Oh capitán, mi capitán! Oh, mi general Uribe, izquier, dos, tres, acompasado, pero sin vozarrón militar, acaso con voz delgada de oficial culto. Uribe, el gran Uribe pasa a la reserva y llega con un sol único, y éste a la espalda.

Sinsabores le han llovido como la negativa de la Corte Constitucional a su segunda reelección o como la demora de la imbatible Corte Suprema de Justicia para elegirle un Fiscal de su talante; uno más ha sido la derrota del filial Uribito, en cuanto candidato seudo-conservador, más la zancadilla que éste último le puso a su amigo el gobernador del Valle, cayendo ambos en un incierto abismo político. Debe tenerlo igualmente en ascuas el retroceso del candidato oficial en las preferencias electorales, inclusive la metida de pata del puntero presidencial, cuando se le “chispotió” el absurdo de extraditarlo a Sucumbíos, Ecuador ( ! ). Desatino que el distraído candidato rectificó.

El general de la República, Uribe Vélez Álvaro, tendrá como súbdito, desde luego, a todo el Ejército Nacional, que lo adora, pero más específicamente a mi teniente o capitán, Germán Vargas Lleras; a mi coronel sabatino, don Miguel Santamaría Dávila; al teniente de navío, don Enrique Gómez Hurtado, como también a mi amigo, el coronel Ernesto Villamizar Cajiao, abogado rosarista, conmilitón de Lorenzo, pero en las bancas universitarias.

Solamente tendría mi general Uribe sobre su altiva cabeza y su familiar mechón al comandante en jefe de todas las fuerzas de tierra, mar y aire, al juglar presidente de Colombia, don Antanas Ruthenius Mockus Sivickas. Sin parte de novedad, mi comandante.

 

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