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El gran chantaje

Darío Acevedo Carmona
15 de junio de 2015 - 02:00 a. m.

Las FARC han puesto en marcha una ofensiva que nos hace recordar la que adelantaron en la década de los ochenta y comienzos de la del noventa las mafias del narcotráfico, bajo la batuta del temible Pablo Escobar, contra de la sociedad y del Estado colombiano.

Fueron tiempos de terror aplicado con sevicia y frío cálculo para amedrentar a la población y a las instituciones con el fín de que la sociedad presionara al gobierno de turno a que accediera a las exigencias mafiosas que iban desde una política de reducción de penas, cárceles especiales y eliminación de la extradición.
 
Los atentados con bombas y carros repletos de dinamita causaron miles de muertos y heridos que no tenían relación directa con el problema. Fue derribado un avión civil con más de cien pasajeros, un bus bomba destruyó el DAS, edificio sede de la inteligencia del Estado.
 
El pánico colectivo hizo mella en la población y entre los dirigentes del país hasta el punto de que la presión ciudadana se hizo tan fuerte que el Estado y el gobierno accedieron a muchas de las peticiones de los capos.
 
La tenebrosa táctica de sembrar el miedo dió resultados en algunas coyunturas. Pero, no voy a profundizar sobre ese tema escabroso. Lo que quiero plantear es que las FARC, podrían estar atravesando un momento sumamente crítico en su existencia como organización armada que la ha llevado a elevar el nivel de sus demandas al gobierno que más puertas les ha abierto, con el fin de evitar una división en sus filas y demostrar unidad de mando y alta capacidad de fuego.
 
Roto el cese a los bombardeos a raíz del ataque a mansalva contra un destacamento del ejército, las FARC insisten en la necesidad de un cese bilateral. Sus agentes y redes en el frente civil han acogido la idea convirtiéndola en una consigna nacional. Convencidos de que las acciones de fuerza militar pueden forzar al gobierno, han desatado esta ofensiva que se parece bastante a la realizada por Escobar y sus compinches.
 
Los ataques de los últimos días han sido dirigidos contra la infraestructura nacional, contra el medio ambiente y contra los habitantes de ciudades y pueblos, tal como lo hicieron para presionar una negociación a fines de los noventa.
 
La guerrilla comunista fariana usa la fuerza bruta de su poder destructor mientras se lamenta en La Habana contra quienes quieren derrotarlos con la fuerza legítima de las armas del Estado. Sin embargo, debe advertirse que las acciones que ellas acometen no tienen nada que ver con actos de guerra. Privar a cientos de miles de personas de los servicios de agua y energía, amén del daño al medio ambiente y la matanza aleve de policías y soldados son acciones de puro terror.
 
Con su terrorismo pretenden que las gentes exijan y presionen al gobierno para que firme un cese bilateral del fuego. Es decir, ante su manifiesta incapacidad para ganar apoyo popular para su idea de cese bilateral, apelan al chantaje colectivo con sus terroríficos operativos.
 
A las guerrillas no les importa realizar actos de extrema crueldad, similares a los de Pablo Escobar, si con ellos cree poder alcanzar sus fines. En los mensajes hallados en el computador de Raul Reyes, una conversación entre jefes de la guerrilla versaba sobre la viabilidad de adelantar operaciones temerarias que impactaran a la opinión pública nacional e internacional para que se pusieran del lado de sus propuestas de paz y reforma social, para crear un estado de ánimo que validaría firmar cualquier tipo de paz con tal de que se suspendiera el derrame de sangre y una mayor destrucción.
 
Esto es lo que no ven o no quieren ver ciertos círculos de opinión que se niegan a condenar las acciones terroristas de las guerrillas colombianas. El gobierno nacional y las Fuerzas Armadas deberían estar al tanto del reto que se vive en este momento. No obstante el debilitamiento estratégico de las guerrillas, ellas, en su desespero, podrían atreverse a adelantar actos de destrucción y muerte para causar pánico colectivo en gran escala y chantajear a un gobierno débil y timorato.

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