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El gran hermano

Aura Lucía Mera
29 de abril de 2014 - 02:04 a. m.

Madrid. Plaza Colón. Una tarde en que una lluvia espesa intermitente le daba paso al sol y a ese cielo azul tan característico de la primavera española y los paraguas se abrían y cerraban, caminando hacia Velásquez.

De pronto una de las amigotas se dio cuenta de que su bolso, con el dinero, las tarjetas de rigor, la llave del hotel, había desaparecido por encanto.

Pánico. Rabia. Desconcierto. Inmediatamente blasfemar contra los rumanos ilegales, los que llegan en las pateras y se cuelan por la alambrada infame de Melilla. Afirmar que en todas partes roban y que la humanidad entera se ha convertido en una parranda de delincuentes.

Regresar empapadas con los paraguas volteados por la ventisca, y con la adrenalina a mil, hasta la casa de la amiga que nos había invitado a almorzar y que no veíamos desde la conquista... Volver a timbrar y apretujarnos en el mini ascensor hasta llegar al “tercero izquierda”. Gran sorpresa: rebuscar por los bordes de los muebles. Volver a husmear en la cocina y en el "váter", pedir prestado el teléfono. Llamar a Colombia, cancelar las tarjetas.

Sentir esa impotencia de quedar en la inopia apenas iniciado el viaje...

La anfitriona repetía que “claro, joder, Colón se ha vuelto peligrosísimo. Te cortan con una navaja la tira del bolso y desaparece. Es la última moda. Y ni te enteras”...

Esperar un taxi bajo la lluvia: todos ocupados. ¡Al fin uno! Regresar al hotel cariacontecidas y entrar a la habitación a pedir un lánguido sánduche con Coca-cola. Al abrir la puerta, un sobre blanco en el suelo. Un mensaje...

“En recepción se encuentra un bolso que ha traído la policía. Pueden pasar a recogerlo”. Gritos y saltos, de nuevo la adrenalina a mil. Bajar corriendo: no podía ser verdad.

Efectivamente era el bolso verde oliva. Adentro la billetera con los euros, las tarjetas de crédito, la llave de la habitación. ¿Cómo había podido suceder ?

Resulta que todos los hoteles de Madrid, no sé en toda España, tienen la obligación de reportar a la Policía los nombres con número de cédula dirección, nacionalidad, de todos los que se registren, vengan de donde vengan.

Así que la policía, como el Gran Hermano, ya tenía los datos de mi amigota y la dirección del hotel, con número de habitación incluido. Encontró la cartera y la devolvió. ¡En cuestión de horas!

Sentí una mezcla extraña de alegría y pavor. La sensación de libertad que da viajar y ser un ser perdido en la multitud se terminó para siempre y quedó la certeza escalofriante de que, vayamos donde vayamos, estamos siendo seguidos y vigilados, ya sea por cámaras ocultas o por sellos y fechas en inmigración, o por reportes hoteleros a la autoridad... Mi amigota quedó feliz. Yo con la sombra del Gran Hermano siguiendo mis pasos y mi caminar, perdida esa sensación etérea de la libertad...

P.d. No sé si esto es persecución individual o seguridad ciudadana. Tengo desde esa tarde esa duda existencial. Efectivamente, no hay nada oculto bajo el sol.

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