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El Histrionismo, Enfermedad Infantil del Derechismo

Luis Fernando Medina
02 de septiembre de 2014 - 03:55 p. m.

Aunque cueste trabajo creerlo, tenemos un ex-presidente de la República que considera que las FARC tienen razón.

Durante décadas la posición oficial del gobierno colombiano ha sido que no hay ninguna justificación para empuñar las armas ya que la Constitución ofrece todos los canales de expresión necesarios para defender cualquier agenda política. Incluso Uribe estuvo pensando en la posibilidad de eliminar la figura del delito político con el argumento de que alzarse en armas contra una democracia no podía tener ninguna justificación y solo podía ser considerado terrorismo. Por eso sorprende que ahora un ex-presidente salga a decir (o, más exactamente, a proclamar letrero en mano en el recinto del Congreso) que en Colombia no hay garantías para la oposición. Un observador desprevenido del espectáculo no podría menos que preguntarse: si el orden constitucional vigente no es capaz de ofrecerle garantías políticas a un personaje de la talla del ex-presidente Uribe, que ha gozado del apoyo de millones de ciudadanos, de los grandes empresarios, de los Estados Unidos, de distintos medios de comunicación ¿qué pueden esperar otros colombianos? Todo esto sin referirnos a lo que dicen otros miembros del Centro Democrático que denuncian todo tipo de persecuciones políticas, o a lo que escriben sus columnistas afines que se preguntan si el gobierno estará preparando una Corte especial con la anuencia de Unasur para enjuiciarlos.

"El que las hace las imagina," dice el refrán. Posiblemente esa es la razón por la cual quienes hasta hace unos años se dedicaron con ahínco a estigmatizar y criminalizar la opinión ahora se sientan perseguidos. Pero yo no soy psicólogo; lo mío no es ahondar en la naturaleza humana. Prefiero preguntarme si no será que la realidad política del momento contribuye a este tipo de espectáculos.

La ultraderecha siempre ha sido proclive al histrionismo. Uniformes que recuerdan viejos tiempos (como el Tea Party americano por estos días), juramentos colectivos, rituales públicos altisonantes (como las quemas de libros en las que participaba el Procurador Ordoñez en sus años díscolos) forman parte de su repertorio de toda la vida. Esto no es exclusivo de la ultraderecha. Muchos movimientos políticos acuden a este tipo de recursos para movilizar a sus simpatizantes.

Pero lo que llama la atención en el caso de la ultraderecha es el contraste entre el gesto y la realidad. Para robarle una frase al escritor Juan Cárdenas, el fascismo siempre comienza como sainete. El Tea Party se la pasa repitiendo la consigna del héroe de la independencia Patrick Henry "dadme la libertad o dadme la muerte" cuando el mayor peligro para la vida de sus miembros es que alguno se dispare a sí mismo accidentalmente con una de las tantas armas que tienen. Los partidos de ultraderecha europeos se consideran como la última línea de defensa de la civilización occidental ante la amenaza de unos inmigrantes que en realidad están demasiado ocupados tratando de no ahogarse en el Mediterráneo y sobreviviendo malamente en los peores oficios como para tratar de conquistar las tierras cristianas.

¿A qué se debe ese fenómeno? Yo creo que la clave la dio el sociólogo francés Pierre Bourdieu cuando se refería a estratos medios que, en sus palabras, "reconocen más al sistema de lo que el sistema los reconoce a ellos." Se trata de sectores que en tiempos de paz y prosperidad siguen siempre las reglas del juego, preservando su respetabilidad social, apuntalando el orden establecido. Pero cuando llegan tiempos de cambio, cunde la desesperación. Sienten que las élites del sistema, aquellas que pase lo que pase, van a quedar en la cúspide, están dispuestas a traicionarlos para conservar sus privilegios.

En el Primer Mundo la inmigración ha sido el tema que más ha agitado estas pasiones. Sectores tradicionalistas sienten que, en su afán de importar mano de obra barata, el gran capital los va a abandonar a su suerte. En nuestro contexto, parece que el proceso de paz está jugando un papel análogo. Todos los estimativos indican que la paz es buen negocio para el país, por lo menos a mediano plazo. Pero eso no quiere decir que no haya costos y hay élites rurales tradicionales, secularmente subordinadas a las élites nacionales, que sienten (o saben) que ellos van a cargar con los mayores costos. Ya empiezan a sospechar la traición. Por eso vemos un espectáculo en el que los voceros más caracterizados de aquellas élites, personas que han sido beneficiarias del orden, personas a las que el país les ha dado todos los privilegios y distinciones imaginables claman como si se tratara de disidentes que están a punto de languidecer en una oscura celda, en medio de los grilletes y la tortura. Viendo que el sistema al que tanto sirvieron puede prescindir de ellos, empiezan a desconocerlo.

No tengo ni idea de cuál va a ser el resultado de este juego. Es posible que, como temen algunos, las rupturas resultantes deslegitimen el proceso de paz. El sagaz Gustavo Duncan consideró este escenario hace poco y el jefe del equipo negociador Humberto De la Calle a veces parece temer lo mismo. Yo no estoy tan seguro. El Centro Democrático obtuvo una alta votación, pero en las democracias los porcentajes cambian. Bien puede ocurrir que tanto gesto espectacular termine por aislar al Centro Democrático y condenarlo a la irrelevancia.

El resultado va a depender de la trayectoria del proceso de paz. El reto del gobierno es poder mostrar resultados tangibles: mostrar que el proceso de paz no solamente reduce los niveles de violencia sino que permite nuevas y mejores formas de coexistencia. Esto requiere mucha audacia de parte de la Administración Santos, audacia para buscar nuevos socios (por ejemplo, en la izquierda democrática) y nuevos espacios de legitimación. Santos no es propiamente el más audaz de los gobernantes pero tiene viento a favor. El desempeño de la economía le está ayudando y empieza a ser palpable cierto clima de reconciliación. Si el proceso coge buen camino tal vez tengamos a futuro más espectáculos en el Congreso de la República. Hasta de pronto así le aumentan el presupuesto al Ministerio de Cultura.

 

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