El hombre y sus dobles (y II)

Columnista invitado EE
04 de marzo de 2015 - 03:41 a. m.

Fútbol: dolor y fiesta, la perfección dormida sobre el pecho del pie. De repente se yergue y se cumple y florece: es el corazón viajando por el trayecto del sol en el viento, la delicada esfera, la indomable, la rosa. Thiago de Mello.

Cuando se pierde un partido por W (¿por qué se escribe W y se lee doble UU?) se habita un estado de soledad franciscana y da dolor de ausencia. Además, se pierde dos veces: se pierden los puntos en juego pero aparece, también, la impotencia de no jugar el cotejo contra quienes más se quería jugar. No vino el otro, no llegó el rival y, sin embargo, hay otros para jugar, pero no es lo mismo, ya estaba pactado el “duelo”, el “desafío” con quienes se había convenido.

Se pierde por doble UU (W). Dos veces UU, duplicación, simulacro, repetición, copia, sombra. Borges odiaba los espejos y la cópula humana porque multiplican, reproducen y duplican a los seres humanos. Marcel Schwob escribió un cuento que tituló El hombre doble, como una cancha que precisa de dos arcos, pero se puede jugar fútbol con uno solo, basta imaginar el otro o dibujarlo mentalmente, las fronteras están demarcadas en el carácter de quien juega fútbol.

Saramago también escribió sobre el otro que está en uno mismo. El hombre duplicado es esa historia del otro en uno mismo, como William Wilson de Poe, ese personaje que también aparece en una de las obras de Paul Auster. Pessoa tiene 32 heterónimos y no se trata de un álter ego, son sus 32 maneras de ser y estar en el humo, como otro. Cuando se está solo y aparece un balón ya no hay soledad, el balón se funde y cobra lenguaje, se ríe y llora con nosotros.

No necesitamos a otro para jugar: siempre jugamos en contra de nosotros mismos. De cabeza, la 31, chutes al arco, tiros olímpicos, goles de mentira y de verdad, los que no hicimos pero validamos porque nadie nos vio. La sombra es el juez, el árbitro, pero la engañamos, le tapamos los ojos a la sombra para que pite con justicia, la nuestra. Hay que mantener la ilusión, la otredad, el otro de la mismidad que me presta su juego para que el fantasma juegue conmigo.

Hasta Dostoievski asumió el reto de escribir sobre este fenómeno en El doble. Fútbol: dolor y fiesta que se celebra como el mejor pretexto para eliminar nuestro propio yo y encontrarnos con otros que también celebran la ocasión del grito golístico, aunque Lacan sostenga que todos somos bipolares porque somos significante con el goce. El goce es la negación del yo para que otros, que me pertenecen, jueguen al olvido de la inmediatez. Esta ilusión resuena cuando nos montamos al bus y escuchamos el epígrafe anónimo que dice: “Para su mayor economía, lleve dos por el precio de uno”. El 2 es el número mágico que se ha encargado de recordarnos que no somos uno, únicos e irrepetibles. Bueno, ya tenemos la noticia de una señora que prometió casarse con ella misma si a los 40 años no contraía nupcias con otro ser humano. Ya lo hizo y nos queda por saber dónde pasarán su luna de miel... Alicia a través del espejo.

 

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