El horror

Andrés Hoyos
18 de diciembre de 2012 - 11:00 p. m.

No recuerdo quién fue el que dijo que Estados Unidos es un país lleno de gente decente que hace cosas terribles. Pues bien, el viernes pasado un NN de 20 años llamado Adam Lanza entró armado hasta los dientes a un colegio en Newtown, Connecticut, y asesinó a 25 personas, incluyendo a 20 niños de preescolar, para luego pegarse un tiro en la cabeza. Poco antes había matado a su propia madre.

En la conmoción subsiguiente lo primero que se perdió fue el foco. La culpa la tiene muy en particular la televisión, que en estos casos se pone a buscar minuciosamente el ahogado río arriba. Después de cada tragedia parecida, los gringos se obsesionan con el individuo que comete la atrocidad y concluyen lo obvio: que estaba deschavetado y que el entorno no detectó ningún peligro o no actuó sobre los indicios.

La aguja está en otro pajar. Piénsese que en Estados Unidos hay casi tantas armas de fuego como habitantes, 300 millones, en manos de particulares en su gran mayoría desconocidos. La dueña puede ser una ama de casa de 52 años llamada Nancy Lanza, que tras un divorcio contencioso se obsesiona con las armas, compra legalmente cinco y no se le ocurre nada mejor que enseñárselas a usar con eficiencia macabra a un hijo desequilibrado. Sin embargo, la señora Lanza es apenas la cara reconocible de una fatalidad estadística, pues no hay manera de evitar que entre 300 millones un fusible salte cada tanto. Claro, un loco sólo se convierte en un problema serio si tiene un rifle de asalto en la mano, por lo que dejar armas al alcance de los locos y pretender que no las usen es la verdadera locura.

La Segunda Enmienda a la Constitución Americana, de donde surge esta carnicería, parte de un error fatal: les sirve a unos pocos que logran entrenarse y adquirir un espíritu parecido al de los criminales, pero no a la inmensa mayoría que lo pensaría unos segundos, los segundos de la muerte, antes de disparar a matar. Cuando la enmienda fue ratificada en 1791, el país vivía un contexto de frontera en el que la autodefensa tenía justificaciones que dejaron de existir en la gran nación urbana de hoy. No obstante, la bendita enmienda se ha vuelto intocable por cuenta del lobby que ejercen la poderosísima NRA (Asociación Nacional del Rifle, por su sigla en inglés) y el Partido Republicano. La política del asunto es increíble. Según la NRA, masacres como la de Newtown suceden porque no hay gente armada en los colegios. En serio. Y el excandidato presidencial republicano Mike Huckabee aseguró que son causadas por la prohibición de rezar en los colegios públicos. Así, la obsesión gringa con la seguridad se torna inocua cuando de controlar las armas en manos de civiles se trata. No es raro, pues, que las distintas estadísticas relacionadas con armas de fuego en Estados Unidos se multipliquen por muchas veces las de los demás países desarrollados.

Resulta evidente que sólo un control estricto de armas funcionaría, dado que el obsesivo cubrimiento de la noticia también envalentona a más locos. La culpa por lo acontecido en Sandy Hook crece por oleadas y hasta la NRA entendió que mejor cerraba la boca, lo que quizá conduzca por allá quién sabe cuándo a una reforma. Con todo, un país en el que matan a Charlie Brown a balazos y no se puede hacer nada efectivo para evitarlo tiene que estar muy enfermo. Obama lloró al presentar la noticia. Otro cantar es si tiene las agallas para medírsele al problema de fondo. Veremos.

 

 

 

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