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El laberinto de los TLC

Eduardo Sarmiento
13 de septiembre de 2013 - 11:00 p. m.

El paro agrícola propició una arremetida acalorada de los defensores de las aperturas y los TLC. Los planteamientos son iguales y se orientan a excluirlos de toda responsabilidad en la crisis del agro.

La principal excusa es que los productos que sirvieron de bandera para la protesta provienen de los países que se han firmado recientemente los tratados. Se clama que las importaciones de papa son solo el 10% del consumo, que las de  arroz vienen de Ecuador y las lácteas de Argentina.

No es necesario que venga la producción mundial de papa de los países con los que se ha firmado los TLC para que quiebren los campesinos. Basta que una pequeña proporción entre a precios inferiores a los nacionales y que la información señale que lo mismo ocurre con otros países vecinos o lejanos. En esto los campesinos han demostrado una mayor capacidad para pasar de la micro a la macro. Lo que dicen es que sus costos triplican los precios que les reconocen en Bogotá, porque los intermediarios están en condiciones de conseguirlos en otros lugares del mundo a menores precios. Es lo mismo que revela el índice de Big Mac publicado por la revista The Economist, que  muestra que los ingredientes de la hamburguesa tienen precios inferiores en Estados Unidos y mucho menores en Perú y Ecuador. Ni siquiera las exportaciones se escapan del veredicto; en julio cayeron 7%, a tiempo que todos los rubros con la agricultura a la cabeza se desplomaron.

La circunstancia de que las importaciones vengan de los vecinos confirma el despropósito de firmar tratados de libre comercio con aranceles diferentes para terceros. Los países que tienen bajos aranceles y no producen el bien están en capacidad de exportarlo, por la vía legal o el contrabando, a los que producen el bien y operan con altos aranceles. Si a esto se agrega la decisión de los países de la Alianza del Pacifico de eliminar la salvaguardia agropecuaria que permite compensar las variaciones de los precios internacionales con los aranceles, queda claro que los TLC firmados alrededor de Estados Unidos son una criatura diabólica para desmantelar la protección nacional. Los TLC presionan a los países a bajar los aranceles y esto impide el empleo del tipo de cambio para proteger la producción nacional. 

La actitud de negar a rajatabla los efectos evidentes de libre mercado explica porque el país perdió el mercado interno de la industria y la agricultura sin pena ni protesta. En 1991 la agricultura representaba el 17% del PIB en Colombia, el más alto de América Latina, El desmonte arancelario, la revaluación del tipo de cambio y los TLC cambiaron la historia. Hoy en día la participación del sector en la producción apenas llega a 7% del PIB y es inferior a la de varios países de la región. Algo similar ocurrió en la industria que bajo su participación a 12% del PIB y en los últimos veinte años no generó un solo empleo. En fin, el país perdió el mercado interno y no lo compensó con exportaciones. Por eso, no hay espacio para los pequeños productores ni para el empleo formal de las ciudades.

La explicación es simple. La teoría del comercio internacional que sirvió para justificar el libre mercado ha sido controvertida por los hechos. La especialización en productos de ventaja comparativa, como servicios, minería, agricultura tropical y manufactura rudimentaria, es limitada por la demanda. Y la producción de otros bienes para el mercado interno no es posible dentro del libre mercado que proscribe los aranceles y el tipo de cambio fijo ajustable y propicia los TLC. La economía queda expuesta a cuantiosos déficits en cuenta corriente y deficiencias de demanda efectiva que siempre terminan mal.

 

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