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El libro de López

Lorenzo Madrigal
03 de febrero de 2013 - 11:00 p. m.

No leo mucho. No soporto la pregunta manida: ¿qué está leyendo? Contestaría que la Imitación de Cristo. Alejandro Obregón, el grande de la pintura colombiana —no de obras gordas y monumentales—, decía no leer mucho por reservar sus ojos para la pintura. A modesta escala, reservo los míos para el dibujo. Honorato Daumier, el caricaturista que pasó a la Historia del Arte, murió ciego. A Dios le pido me quite la vida antes que la luz.

Reviso algunos libros. No de contabilidad, porque no llevo, pero pago impuestos, tras largas filas de las que me rescataron, en días pasados, mediante el trato preferente al adulto mayor, es decir, al viejo; ofensa que agradecí. Bueno, decía que reviso libros, especialmente si tocan con la historia, como el reciente de Guillermo Cano o el de Felipe López (reportaje de Juan Carlos Iragorri, buena edición, legible para ojos cansados, como han sido los últimos libros de Gabo).

López, finalmente López. No podía ser de otra manera. Dándole media vuelta a los temas, encontrando con naturalidad el otro lado de los hechos, sobre todo el pragmático. Es el mismo papá. La misma claridad del concepto, la misma atonía, no digo moral, no. Es el no concepto moral, en que se privilegia lo práctico. Alfonso López Michelsen, en sus noventa y algo, cuestionado sobre la muerte y el más allá, decía que nada estaba comprobado científicamente. Helo ahí.

¿La fe? Vaya uno a saberlo. “No soy religioso”. Impresionan, sin embargo, en el libro de Iragorri las fotos de primera comunión: la ingenua velita, el lacito que guardaban las mamás, la Niña Ceci, siempre sonriente, el papá escuálido, los niñitos de larguísimas piernas, en los físicos huesos. Más tarde, la estatura y lo elongado de las extremidades les dará a todos ellos la elegancia inglesa de sus trajes.

López, el Felipe, vivió de niño tan de cerca los hechos de Colombia que no los vio. Llamar a Alfonso López Pumarejo “papá abuelito”, da sin duda otra visión histórica. Fue por descontado para él, el mejor presidente del siglo XX. Maneja gran generosidad con Alberto Lleras, a quien pone en duda si más bien hubiera sido éste el mejor.

A los conservadores no les va tan bien como a los liberales en el forzado recuento a que lo sometió Iragorri. Laureano Gómez le parece que vivió poco para tener el rédito del Frente Nacional, de su autoría. Pero en general es generoso con todo el mundo. En algo compartí de lleno su criterio: las cárceles están saturadas de gente inocente o que no da para tanta pérdida de libertad. “La libertad” es tema de los López y no sólo por liberales de cuna y ancestro.

Fue interesante incursionar en el alma de este hombre, hecho de poder, a través de la ventanuca que abrió al público Juan Carlos Iragorri. López merecía el libro y la historia del gran periodismo y de Colombia también.

 

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