El libro más bello que leído en muchos años

Patricia Lara Salive
22 de septiembre de 2011 - 11:00 p. m.

¡Erizada la piel; estremecida el alma; vuelto pedacitos el dolor; apretado el corazón; engrandecido el amor; sonriente la vida!

Eso fue lo que se me ocurrió escribir al final de la mañana del pasado domingo, en la página 132 de la novela La luz difícil, la obra que acaba de publicar el escritor Tomás González, que se devora en pocas horas, sin pausa, de principio a fin. Es un texto hermoso, profundamente humano, muy fácil de leer, que explora —diría yo que en poesía— los vericuetos más recónditos del amor y del dolor, y que siendo algo muy distinto, creo que con El otoño del patriarca —para mí— o con Cien años de soledad —para otros— parte en dos la historia de la literatura colombiana e ingresa a la lista de los grandes de la narrativa latinoamericana.

No conozco a Tomás González. De él sabía que tiene 61 años, nació en Medellín, estudió filosofía en la Universidad Nacional, fue barman de El Goce Pagano; en 1983 editó su primera novela, Primero estaba el mar; de inmediato partió para EE.UU., permaneció 16 años en Nueva York, se ganó la vida como traductor y escribió La historia de Horacio y Para antes del olvido, novela que ganó el Premio Plaza y Janés; regresó a Colombia hace nueve años y vive escondido en Cachipay, dedicado a escribir. Aquí ha escrito las novelas Los caballitos del diablo y Abraham entre bandidos; tiene un libro de cuentos, El rey de Honka-Monka, y un poemario, Manglares; cinco de sus libros se han traducido al alemán; es tímido y de pocas palabras, más bien huraño; y es sobrino de Fernando González, el gran filósofo antioqueño.

Eso sabía de Tomás González. Pero después de leer La luz difícil, sé que escribe obras que logran erizar al lector de principio a fin, o que hacen que estalle en lágrimas ante alguno de sus párrafos; libros que te marcan por la plenitud que te suscitan; autor de textos perfectos, a los que no les sobra ni les falta una palabra, como ocurre con La nieve del almirante, de Álvaro Mutis… Y ahora sé, también, que es un ser humano extraordinario, infinitamente capaz de amar y de sentir, de percibir los rasgos más sublimes de las personas y de conmoverse con la naturaleza.

Sí, La luz difícil es un libro que uno no puede no haber leído…

(¡Cómo te hubieras emocionado, tú, Gabito, ante esta obra maestra!).

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Salud Hernández, ¡qué peligrosa para la libertad de prensa es la sanción que algunos pretenden imponerte (apartarte de los medios de comunicación) por cruzarte correos con tu entrevistado, el paramilitar Carlos Castaño! Dicen que tu caso es como el de Ernesto Yamhure, cuya columna fue justamente retirada de El Espectador porque, según Un Pasquín, él era consejero a sueldo de Castaño, le envió columnas antes de publicarlas y, a veces, les hizo correcciones por él sugeridas. Son dos casos muy distintos: el suyo, poner su columna a disposición de un delincuente. El tuyo, entrevistarlo para conocer su verdad, como tantos lo hemos hecho, yo por lo menos, que ¡me he pasado mi vida profesional entrevistando delincuentes! ¡Toda mi solidaridad está contigo, admirada Salud!

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Querida familia Correa de Andreis, ¡por fin se hizo justicia por el crimen de Estado cometido contra el valiente y distinguido profesor Alfredo!

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Y felicitaciones al presidente y al vicepresidente por su inteligencia para solucionar sus conflictos y convivir en armonía en medio de sus diferencias.

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