El libro revelación

María Elvira Bonilla
30 de diciembre de 2012 - 11:00 p. m.

No es una autora conocida que además murió hace años y el género sobre el que está construido el libro está en extinción porque las cartas en papel, con sello de correo y escritas con el reposo que da la distancia para ser leídas y saboreadas en soledad, fueron sustituidas por la inmediatez abrupta que dan los mensajes veloces, y al grano, sin resuello del internet.

Sin embargo, y contra todo pronóstico Memoria por correspondencia, de Emma Reyes, fue la sorpresa del año publicado por una pequeña editorial, Laguna Libros, y galardonado con el premio al mejor libro de autor colombiano por la Asociación Colombiana de Libreros Independientes.

Fue construido con base en una serie de cartas que dormían en el archivo personal de Germán Arciniegas, hasta que su hija Gabriela las rescató, y que relata sin resentimiento la dureza de la infancia miserable cruel de esta mujer que se convirtió en una gran pintora en París y centro de referencia de los intelectuales colombianos que en los años 50 y 60 pasaron por allí. Pocos de quienes la conocieron sobreviven porque pertenecen a la generación que nació en las primeras décadas del siglo pasado, pero su narración, llena de detalles e ingenuidad, permite reconstruir un tiempo que se fue, pero que la palabra y la buena literatura siempre permiten rescatar.

Su vida es un milagro de la adversidad. Sobrevivió huérfana junto a su hermana Helena, a una infancia despiadada en un inquilinato en el infierno de un barrio paupérrimo en Bogotá y luego en Ubaque, y en Facatativá, hasta terminar abandonadas en la estación del Tren de la Sabana por la misma mujer, María, adusta y cruel “con una mata de pelo negro”, que las recogió no se sabe de las manos de quién y que transformó su frustración en maledicencia hacia las hermanas Reyes, quienes hasta el apellido tuvieron que inventarse por el azar de la necesidad. No supieron de padre ni de madre: “Un día, un niño me preguntó si yo tenía papá y mamá. Yo le pregunté que qué era eso y me dijo que él tampoco sabía”, cuenta Emma Reyes en una de sus cartas escritas en una reminiscencia del convento, otro escenario de adversidad disfrazado de virtudes que desnuda con agudeza, desde donde se escapó en la adolescencia para iniciar su inverosímil periplo que la llevó en bus y mula hasta Buenos Aires y, finalmente, la colocó en París en 1947 donde recomenzó su vida.

Difícil unas páginas más desgarradoras y bellamente escritas que las que logró, sin pretensión de ser publicadas, esta admirable mujer. De allí tal vez la fuerza, porque escribió simplemente para no olvidar y pudo entonces sumergirse sin odio ni rencor, y rescatar con espontaneidad e incluso humor la crueldad despiadada que conoció y de la que logró escabullirse de una manera sorprendente. Memoria por correspondencia es una suma de recuerdos conmovedores y potentes, una introspección que permite navegar en lo profundo del ser humano y dar la universalidad que toda gran obra de arte consigue sin proponérselo.

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