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El medioevo 'fashion'

Julio César Londoño
19 de octubre de 2012 - 11:00 p. m.

El origen de la moda no se puede en "la noche de los tiempos" como piensan algunos historiadores perdidos en perifollos, miriñaques, lacitos y arandelas.

La moda empezó ayer no más, en la Baja Edad Media, hacia la mitad del siglo XIV.

Claro que las tribus primitivas tenían costumbres indumentarias, al igual que los chinos, los egipcios, los griegos y los romanos de la Antigüedad, y sus vestidos tenían elementos estéticos además de los meramente funcionales, pero eran costumbres tan inmutables que no las podemos considerar “modas”, concepto inseparable del cambio constante, de la fugacidad propia de las obras del ramo. Las griegas vistieron peplos casi idénticos desde los tiempos de la hetaira Friné hasta el siglo VI d.C. Los romanos vistieron togas blancas con fajas vinotinto y estolas mostaza hasta el final del imperio. Incluso los egipcios, metrosexuales por excelencia, llevaron túnicas unisex durante 15 siglos, prenda que sólo se cambiaban por una práctica minifalda para ir a la guerra.

La moda ama la liberalidad y el presente, el “último grito”; estas culturas honraban el pasado y eran conservadoras, jerárquicas.

En la Baja Edad Media, Europa cambia. El epicentro es Italia: las ciudades crecen, se desarrolla el comercio, aparecen los bancos, estalla una revolución agrícola y técnica, se resquebraja el poder monárquico, con el feudalismo proliferan las cortes y el lujo, la alta burguesía copia las maneras y los gustos de los nobles, los pintores empiezan a firmar sus cuadros, aparece el retrato y la autobiografía y nace el individuo. Por raro que parezca, antes de 1050 no había individuos. Había tribus, engranajes sociales o religiosos, gremios y “rebaños”; los artistas eran amanuenses de las musas y los héroes fichas de los dioses. No había méritos ni responsabilidades personales. El destino era fatal. Edipo es inocente. Homero es un megáfono: “Canta, oh musa, la cólera del pélida Aquiles”.

Por la Baja Edad Media circulan con facilidad sedas del Extremo Oriente, pieles preciosas de Rusia y Escandinavia, algodón turco, sirio o egipcio, cueros de Rabat, plumas de África, colorantes de Asia Menor (quermes, minio, laca, índigo...).

El escenario está servido para la aparición del amor caballeresco. Sin soltar la espada, el caballero se vuelve seductor y poeta, marcha al combate con un pañuelo de su dama en el pecho y regresa con un madrigal en los labios. De repente todos se fijan en la belleza del lenguaje y de los objetos. La mujer es idealizada y los hombres descubren que el verdadero amor está fuera del hogar, quizá por ese viejo error de diseño que puso el erotismo en la calle y en la casa apenas el cariño.

El arreglo personal cobra importancia. Por primera vez las plebeyas se acicalan tanto como las damas. Los hombres reemplazan el viejo blusón largo y amplio por medias largas, pantalones cortos, braguetas abultadas y una casaca ceñida en el talle y abombada en el pecho, que puede ser mitad lila y mitad azul rey; o vinotinto y oro. Las mujeres desnudan por primera vez los hombros y la espalda, el corte subraya la curvatura del arco lumbar... en el mercado se venden anillos cuyas gemas son la tapa de un vasito reservado para el perfume... o para el veneno.

Es por esto que el inicio de la moda se fecha hacia 1350. Atrás quedan los modelos que duraban siglos. Todavía es una moda lenta y artesanal. Están lejos la Revolución Industrial y sus frenéticos telares, el incesante afán de novedades, las tallas estándar, la alta costura, el giro hacia la sobriedad, el prêt-à-porter, la antimoda, el jean desgarrado...

Con todo, el traje medieval ya es moda pura: le preocupa al noble, al burgués y al rústico, y no lo inspira el pudor sino la seducción.

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