El método

Juan Carlos Ortiz
27 de febrero de 2017 - 02:00 a. m.

Y así un día cualquiera con el alma alegre de un buen ciudadano me disponía a cruzar una calle en medio de un tumulto de gente cuando de repente sentí una zona de mi cuerpo más insensible que de costumbre. Era el área de mi bolsillo trasero, donde cargaba mi billetera. Mi mano derecha no sintió nada y mi mano izquierda rápidamente lo ratificó. Alguien  había robado mi dinero y  ni cuenta me había dado.

Muy molesto e impotente decidí cambiar mis hábitos, de ahora en adelante tendría el dinero en el bolsillo delantero, pues ahí el nivel de protección aumentaba sustancialmente.

Al día siguiente me disponía a bajarme del bus, cuando entre roce y roce alguien me sacó el dinero y esta vez del bolsillo delantero. No lo podía creer, de nuevo era víctima de un robo y sin reconocer al culpable. 

Aún más frustrado por mi destino e incapacidad decidí replantear la estrategia. Ahora llevaría el dinero dentro de un morral que cargaría cruzado en mi pecho y así no le quitaría los ojos de encima ni por un instante.

Fiel a mi convicción casi obsesiva no dejé de observar mi morral durante todo el día. Me acompañaba a reuniones, a la oficina , al banco, a la calle, a almorzar y a cuanta actividad se diera. Al terminar la jornada llegué a la casa orgulloso con mi misión cumplida. Abrí el morral y qué sorpresa me llevé cuando vi que el dinero no estaba. Lo habían usurpado y el misterio seguía sin respuesta.

Ya como reto personal y colindando con el orgullo intelectual tomé la decisión extrema de que llevaría el dinero dentro de un zapato para así caminar todo el día con la seguridad de tener la plata bien guardada.

Fue un día medido por kilómetros, en que el único miedo radicaba en que me volviera a suceder. Pero el susto fue mayor cuando al quitarme los zapatos en la noche no encontré ningún vestigio de la plata, totalmente desaparecida y sin rastro.

Y así pasaron muchos días, uno tras otro, cuando finalmente entendí que, sin importar lo que hiciera para protegerlo, mi dinero siempre desaparecería. Pero no solamente el mío, sino también  el de millones de personas. 

Y que todo ese dinero llegaría a las manos de un  mismo hombre, un hombre invisible, que nos roba cada día de nuestras vidas, sin que nos demos cuenta, desde hace mucho tiempo, más del que nos podamos llegar a imaginar.

Un hombre invisible que de manera contagiosa se mueve  por todos lados destruyendo valores y creando una nueva metodología de vida y de comportamiento en este planeta.

Se hace llamar: la corrupción

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