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El “metrico” más costoso del mundo

Juan Manuel Ospina
04 de junio de 2015 - 04:19 a. m.

Hay que insistir en el tema del metro bogotano, pues no es un asunto menor, ni para la ciudad ni para el país.

Nadie discute que una ciudad con el tamaño poblacional y la extensión territorial de Bogotá, que genera millones de desplazamientos diarios, necesita un metro que complemente, sin resolverle completamente, su sistema de transporte público. Lo preocupante es que los promotores del proyecto, con el Alcalde Petro a la cabeza, están con el embeleco, y uso a propósito la expresión, de un sistema completamente subterráneo, a contrapelo no solo de la experiencia universal, sino de las recomendaciones de los diferentes estudios realizados para Bogotá, durante más de medio siglo. Es sencillamente imposible que tantos y tan diversos conocedores, se hayan equivocado en un punto tan definitivo.

La primera explicación que dan en la Alcaldía y en el DNP, es que ya “están los estudios”, y que no se puede parar el proceso porque “nos quedaríamos sin metro”; además, que su no utilización podría ocasionar un detrimento patrimonial. La pregunta inevitable es ¿y los estudios evaluaron las diferentes alternativas de construcción – subterráneo, a nivel, elevado – y su posible combinación, dados los costos de uno y otro, el tiempo de construcción y los gigantescos problemas del subsuelo presentes en buena parte de la ciudad? La respuesta es negativa. Por consiguiente, las razones dadas no son admisibles para continuar el proyecto. La simple existencia de unos estudios, costosos e incompletos, cuyos montos cambian con cada nueva versión, sobre todo en lo que a costos se refiere – ¡ los aumentos estimados por kilómetro de vía a construir ya sobrepasan los US$ 275 millones ¡ -. La primera línea de 27 kilómetros, de los 60 proyectados, tendría un costo de US$ 8.600 millones, que nos recuerda Carlos Caballero, equivalen a cuatro veces el valor de Isagen. Según Caballero, a los costos de hoy, los 60 kilómetros proyectados en un sistema solo subterráneo, tendrían un valor semejante al de la gigantesca obra de la ampliación del Canal de Panamá. Son palabras mayores que se asumen a la ligera simplemente porque Bogotá “necesita un metro y ya”. Vamos con calma, que el palo no está para cucharas y la decisión de hoy compromete de manera significativa un largo futuro de la ciudad.

La otra razón que se da para mantener la propuesta subterránea, es que solo ese modo permite movilizar el volumen de pasajeros requerido en las horas pico. Un argumento esgrimido en el DNP y que no puede sino despertar asombro y risa, pues si es así, ¿cómo hacen los metros de Nueva York, París, Londres… para mover la gente que mueven si tramos de sus líneas son a nivel o elevados? El argumento cae en virtud de su propia irrealidad. Además, tanto en la Alcaldía como en el DNP reconocen que en un tramo de casi nueve kilómetros de la ruta diseñada, se presentan problemas geológicos graves, para los cuales supuestamente existen soluciones técnicas, como sería su construcción “a cielo abierto” es decir, con un trincho de nueve kilómetros de largo por mínimo cuarenta metros de profundidad y veinte de ancho, en la carrera once entre la 72 y la 127. Le dejo a la imaginación del lector visualizar el escenario que habría impresionado al mismo Kafka.

El tema amerita con urgencia, más en momentos de escogencia del futuro Alcalde, una discusión pública amplia e informada. Liberarlo del manejo a puertas cerradas con un grupo de consultores españoles (¿desinteresados?). Un metro solo subterráneo es un despropósito técnico y financiero y un acto de irresponsabilidad mayor que, en el mejor de los casos se reduciría a dejar a Bogotá endeudada y con “el métrico” más costoso e inútil del mundo. No puede ser.

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