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El miedo al pensamiento

Juan Gabriel Vásquez
27 de noviembre de 2007 - 11:04 p. m.

El partido popular español va cultivando poco a poco una reputación trabajada: la de no desaprovechar ninguna oportunidad de hacer el ridículo.

Después de que Rodríguez Zapatero, el presidente español, saliera en defensa de José María Aznar contra la demagogia vulgar del chafarote Hugo Chávez, hubo en el Partido Popular dos reacciones: una de Aznar, que llamó a Zapatero para agradecerle; y otra, del líder actual del partido, Mariano Rajoy, para el cual las groserías de Chávez eran, como todo, culpa de Zapatero. Ése ha sido el ridículo más reciente, pero está lejos de ser el único de los últimos días. En una antología de tonterías del Partido Popular tendría que estar también un momento previo a lo de Chávez, un momento que tiene un ingrediente particular: el miedo al pensamiento.

Hace unos veinte días, el gobierno socialista de Zapatero anunció que su partido había fichado a catorce expertos internacionales, entre ellos tres premios Nobel, para que lo asesoraran en la elaboración de un programa de gobierno con miras a las próximas elecciones. No recuerdo un momento semejante en la historia política del siglo XX: antes de formular un programa sobre asuntos como la globalización, el cambio climático y la energía nuclear, el Partido Socialista ha querido preguntarles su opinión a un Premio Nobel de Economía (y experto en globalización), un ex asesor de Tony Blair (y experto en el cambio climático) y una premio Nobel de la Paz (y experta en energía nuclear). Es decir: les han preguntado a los que saben. No a los que más saben en España: a los que más saben en el mundo. Frente a eso, el Partido Popular, en cabeza (es un decir) de Mariano Rajoy, tenía muchas opciones; y, para no faltar a la tradición, ha vuelto a hacer el ridículo. "No necesitamos eminencias", ha dicho Rajoy, "porque tenemos principios y valores".

Por supuesto que no necesitan eminencias: después de todo, Rajoy fue el mismo que hace unas semanas despreció el problema del cambio climático diciendo que le había preguntado a su primo, profesor de Física, y que su primo le había dicho que no era para tanto. Por supuesto que no necesitan eminencias: después de todo, Aznar fue el mismo que dijo en la Universidad de Georgetown (y en un inglés que no entendió nadie) que la razón de los atentados de Madrid no era la participación de España en la guerra de Irak, sino el hecho de que hace 1.300 años España se hubiera "rehusado a convertirse en un pedazo más del mundo islámico". Está claro que los expertos (en cambio climático de un lado; en simple Historia de Occidente del otro) tienen muy distintas opiniones; y está claro que las han publicado en libros, esos curiosos objetos. Pero Rajoy y su partido pueden prescindir de esos conocimientos: tienen principios y valores.

Se trata de una actitud muy extendida en la nueva fauna Neocon. Aznar primero y Rajoy después son las más recientes encarnaciones del desprecio que el nuevo conservatismo siente por todo lo que suene a intelectual. Se han modelado sobre el antiintelectualismo frenético de George Bush, que a su vez se ha modelado sobre presidentes tan antiintelectuales como Eisenhower, Nixon y Reagan. Todos ellos, en un momento o en otro, con unas palabras o con otras, dijeron lo mismo: no necesitamos eminencias. Tenemos valores. Tenemos principios. Es la ética del pensamiento básico, la convicción de que para gobernar un país lo peor que uno puede hacer es informarse demasiado. "No me voy a meter con los premios Nobel", decía por estos días el portavoz del Partido Popular ante el Congreso español. "Pero para decir que se cree en el proyecto de España no hace falta mucho Nobel extranjero, por muy cualificado que esté".

Y es verdad. Lo complicado es cuando uno tiene que decir, no ya que cree en algo, sino por qué cree. Ahí es cuando Aznar comienza a hablar de Historia, y Rajoy de su primo.

Ahí es cuando las cosas se complican.

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