El ministro Gaviria

Armando Montenegro
18 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

Hace cinco años Alejandro Gaviria dejó la academia y se echó sobre sus hombros una tarea que parecía imposible. Se puso al frente de un sistema de salud que había producido grandes resultados, pero estaba aquejado de gravísimos problemas, acumulados durante más de una década, y cuya sostenibilidad estaba seriamente amenazada por nuevos y crecientes desafíos. Y lo ha hecho muy bien.

Los logros del sistema de salud de Colombia son relativamente desconocidos y no siempre bien valorados. Con la Ley 100 de 1994 la cobertura subió de menos del 15 % en 1990 a cerca del 98 % en la actualidad. Y, además, es un sistema altamente progresivo: la cobertura de los más pobres pasó del 4,3 % en 1993 al 90 % hoy. Y les exige pagos y contribuciones a las personas de altos ingresos para financiar servicios subsidiados a los pobres.

Pero este sistema se plagó de dificultades, casi desde su creación, que lo llevaron al borde del colapso y minaron su legitimidad. Se politizó el manejo del Ministerio y la Superintendencia de Salud; numerosos municipios, controlados por grupos ilegales y roscas clientelistas, desviaron y robaron sus recursos; avalanchas de tutelas y algunas decisiones de jueces ignorantes del impacto de sus fallos crearon enormes presiones financieras; varias EPS, sobre todo públicas y de la llamada economía solidaria, sin ningún control, sumidas en la corrupción, incumplieron sus obligaciones y desprotegieron a miles de personas.

El ministro Gaviria, con paciencia e inteligencia, desdeñó las voces airadas que exigían que se destruyera todo e hiciera borrón y cuenta nueva. Y se dedicó a buscar soluciones. Por ello, Caprecom, SaludCoop y otras entidades podridas ya son parte del pasado. La hemorragia de los pagos se moderó con controles de precios a los medicamentos monopólicos, mayor competencia y compras centralizadas. Elevó la calidad del personal del Ministerio, tecnificó los organismos de supervisión y el control, y alejó a los políticos venales que se lucraban del sistema.

Y al mismo tiempo que resolvía los entuertos heredados de los años anteriores, Gaviria comenzó a crear las condiciones para enfrentar los nuevos desafíos: el envejecimiento de una población cada vez más longeva y que demanda mayores y más costosos servicios de salud; el acelerado cambio técnico que pone a disposición de médicos y hospitales nuevos medicamentos y procedimientos, con costos crecientes pero que no siempre producen resultados favorables en términos de la prolongación de la vida y mejoría de la calidad de la misma. Y un sistema legal que, con una escasa comprensión de la complejidad de los problemas que tramita, ordena gastos a veces innecesarios e inequitativos.

Alejandro Gaviria, con su escepticismo, su sólida formación académica, su talante liberal, su amor por la poesía y las buenas lecturas, su conocimiento de los problemas de la salud en todo el mundo, se metió de cabeza a resolver una serie de líos de un sistema que parecía condenado al desastre. Hoy, aunque quedan cosas por hacer, este sistema, por fortuna, goza de mucha mejor salud que cuando él lo recibió. El ministro ha hecho bien su tarea, sin alardes ni aspavientos, sin los fáciles trucos de la figuración mediática. En los próximos meses seguirá avanzando en una gran obra de gobierno que merece el reconocimiento y el agradecimiento de todos.

 

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