El monólogo de la vajilla

Lorenzo Madrigal
20 de febrero de 2017 - 02:00 a. m.

Concisa y muy graciosa me pareció la opinión repentista de Alberto Casas sobre el asunto que apenas estallaba de los dineros en la campaña Santos. A la pregunta de Julio Sánchez, en la W, sobre ese tema del día, echado a rodar nada menos que por la Fiscalía de la Nación, se limitó a decir: “¡la vajilla está rota!”.

Con ello lo decía todo. Rota quedó la vajilla y no hay quien pegue los pedazos, aunque los devotos de las antigüedades saben quién lo hace bien, así ya no sirvan las piezas como recipientes. En lo político, el aviso de Fiscalía iba a recorrer el mundo, como lo hizo al instante, habida cuenta de los varios gobiernos que han venido cayendo bajo la contaminación de los dineros que la constructora brasilera entrega en “comisiones de éxito”, como ahora se dice, para obtener contratos jugosos de los Estados.

Aquí, pues, era nadie menos que el reciente Nobel de Paz ( sin pensar en que haya derivado de ello provecho alguno personal) quien habría sido apoyado en sus pretensiones de reelección; como tampoco puede decirse que el candidato opositor del 14, por poco electo, haya pensado en su lucro cuando se contrataron asesores suyos costosísimos, según se dice, con subvención de la brasilera. Esto suena a la brasilera de Escalona, insidiosa en su vida y en sus vallenatos.

No se trataba de cualquier dicho callejero ni de las llamadas “calumnias de la oposición”, sino de un pronunciamiento formal de la Fiscalía General de la Nación, en cabeza de un recién posesionado, ilustre entre los ilustres y jurista de altísimo coturno.

Me parece, sin embargo, que el doctor Néstor Humberto se dejó enredar por la agilidad del reportero que le inquirió, en rueda de prensa, por la llamada prueba reina, descubrimiento de los últimos años para denominar la plena prueba de los clásicos del derecho.

Titubeó el fiscal y cayó en un reconocimiento innecesario de no contar con la constancia física del traspaso material del dinero entre los comitentes del hecho. Es claro que no se trataba de un caso de flagrancia ni se estaba en poder de un video de cámara oculta, de aquellos que son ahora frecuentes, pero no necesarios ni constitutivos únicos de prueba.

Para la galería, como también para quienes, desde la más alta cima del poder, utilizan términos poco jurídicos como “más claro no canta un gallo”, la dubitación del fiscal fue suficiente confirmación de que lo denunciado por el ente acusador carecía de solidez.

No únicamente un testimonio debe constar en los archivos sustanciadores de la Fiscalía; se asegura que existen otros soportes probatorios o una confluencia de probabilidades, para inferir el hecho que dejó estremecido al Gobierno, ahora en busca de temas de distracción.

Hablar de vajilla rota es, en todo caso, más sutil y elegante que apelar al canto del gallo, desde una voz oficial.

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