El nosotros político

Rodolfo Arango
15 de mayo de 2017 - 02:00 a. m.

La aceptación del orden constitucional y legal por las Farc es el hecho más importante de las negociaciones en La Habana. Ya el Eln declara querer renunciar a la violencia. Cuando individuos y grupos, con independencia de su ideología, están dispuestos a someterse a un marco normativo común, emana el “nosotros” de la comunidad política, presupuesto necesario de una paz estable y duradera.

El nosotros político no presupone homogeneidad cultural. Integristas en lo moral o radicales en lo ideológico defienden tesis identitarias que suponen compartir valores sustantivos para poder hablar de comunidad. La nación cristiana o islámica, la patria socialista o comunista, ambicionan la unidad valorativa. No obstante, en un mundo pluralista y diverso, el “nosotros” requerido para construir comunidad política es un concepto tenue, delgado, débil.

Para el nosotros político, la Constitución no es un instrumento de dominación, sino un medio de emancipación. Esto porque una constitución no debe pretender hacer moralmente buenos a los seres humanos; basta que sean buenos ciudadanos. El nosotros que nos interesa aquí permite que los ciudadanos se comporten incluso cual “demonios”, siempre y cuando no dañen a los demás. La Constitución democrática no impone creencias o deseos según una concepción correcta de la vida o del mundo. Es gracias a esto que la minoría está a salvo de las pretensiones de la mayoría.

Y es que para la construcción de un nosotros plural son indispensables la integración, socialización, solidaridad y reconocimiento; no planes y programas de integrismo moral o ideológico. Cuando se trata de definir cuestiones de valor o justicia sustantiva de la comunidad basta con posibilitar el ejercicio real de la libertad en condiciones de igualdad de oportunidades para todas las personas, establecer la división y control del poder, y asegurar la adecuada representación de todos en el diseño y funcionamiento de las instituciones públicas.

Ante la magnitud de la destrucción y el sufrimiento, nuestra reconciliación debe ser integral. La satisfacción de los derechos de las víctimas, la conservación de la memoria y la profundización de la responsabilidad social son remedios para que las atrocidades cometidas por los grupos en pugna, sus colaboradores y beneficiarios, nunca más vuelvan a repetirse. Será la Corte Constitucional la responsable de controlar si las reformas política, rural y cultural cumplen cabalmente estos altos fines o recaen en los históricos errores de usurpación, negación y abuso.

El pluralismo, la inclusión y la reconciliación tienen en la literatura y las artes una inagotable fuente de inspiración. El trabajo con las emociones nos permite examinar los puntos ciegos del narcisismo, desvalimiento y miedo que dominan la cultura política nacional. La terapia del deseo será, sin duda, exigente en términos existenciales. Supondrá un duro enfrentamiento con la verdad de un pasado y presente oprobiosos, deshonrosos, vergonzosos. La manera de superar la violencia sólo podrá provenir del cambio cultural, que es ante todo cambio en las actitudes y disposiciones hacia los otros, en su infinita diversidad.

La tarea que nos espera es ardua: construir un nosotros que recurra al derecho como medio para construir paz, lo cual tiene como precondición un trabajo de transformación cultural, en particular la superación del miedo y el cultivo de la compasión. No sólo las reformas institucionales necesarias para una nueva Colombia, sino una revisión profunda de nuestra educación, cultura y emociones políticas son indispensables en la tarea de defender y profundizar la realización del Estado social de derecho, los derechos humanos y la democracia.

 

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