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El país del Sagrado Corazón y las buenas intenciones

Cartas de los lectores
10 de marzo de 2015 - 04:00 a. m.

Sinceramente se cansa uno de escuchar, ver, leer y de creer en tantos anuncios y noticias que se dan en Colombia sobre la creación de numerosos parques naturales, de la expedición de las cientos de leyes o normas ambientales para la protección de la naturaleza, o de la difusión de las miles de campañas publicitarias, lo más de ingeniosas o hermosas, sobre cómo estamos protegiendo a la naturaleza y al medio ambiente, cuando la cruda realidad es que las leyes del mercado, la oferta y la demanda de bienes y capitales o el enriquecimiento personal como fundamento sobre todas las cosas tienen más valor o razón que las leyes de la vida y la naturaleza, pues la destrucción masiva y permanente de nuestro entorno así lo confirman, esté uno en Cali o en Riohacha, en Leticia o Bucaramanga.

Desde el otrora hermoso valle del río Cauca, hoy departamento del Valle del Cauca, les describo la visión de lo que veo: un extenso y fértil territorio convertido en el monocultivo de la caña de azúcar, condenando con ello, quién sabe por cuántos años más, a los mejores suelos de Colombia a un manejo agronómico absurdo para la calidad de suelos que son, estos suelos, en una sociedad más capacitada para entenderlo, deberían ser la fuente, el manantial, el origen de las huertas, los frutales y las despensas de la patria, no se debería permitir el manejo al que están siendo sometidos, son lavados permanentemente con aguas de riego contaminadas, cuando no son sometidos a quemas infames, pues es sabido que este cultivo, el de la caña, necesita, para su crecimiento en campo y en el proceso industrial, gigantescas cantidades de agua y peor aún si a la vez se practica la terrible costumbre de las quemas antes de los cortes, éstas se justificaban porque beneficiaba a los coteros, trabajadores de campo hoy en extinción, y porque igualmente aumentaba el nivel de sacarosa, incrementando la cantidad de azúcar en el tallo, pero con este manejo se está destruyendo poco a poco la capa superficial de los suelos, desertizándolos y erosionándolos, y a la vez convirtiendo a los pocos ríos que aún existen en meros canales de riego y en las fuentes de donde los ingenios azucareros toman esos recursos hídricos.

Sin embargo, aquí en el Valle, no se sabe ni se conoce de ningún proyecto, a gran escala, que sea liderado por la industria azucarera y menos por el Estado, que propenda por la protección y conservación de las cuencas hidrográficas de los ríos de la región, que con el paso inclemente del tiempo y de este absurdo manejo, son cada vez menos. Somos un país de buenas intenciones, pero sin soluciones concretas, y para completar la inoperancia, pensamos que consagrándonos al corazón de Jesús logramos el milagro de hacer lo que no podemos.

Octavio Cruz González.
Valle del Cauca.
 

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