El papa vino a resolver el dilema moral

Alvaro Forero Tascón
11 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.

Por siglos, la combinación de religión y política no ha sido buena. Excepto cuando en lugar de desafiar al poder laico con dilemas morales, ha intervenido desinteresadamente para resolverlos.

El impacto enorme del liderazgo del papa Francisco en esta visita a Colombia se debe a que nos impulsa a resolver el divorcio entre moral y política. Ese divorcio es fruto de que durante buena parte del Siglo XXI los mayores esfuerzos colectivos se centraron en destruir militarmente a las Farc. Para hacerlo, la sociedad colombiana dejó al lado los escrúpulos y se dedicó a celebrar con júbilo las imágenes de los cadáveres de los cabecillas guerrilleros en la televisión. Durante la primera década del siglo, las mayorías apoyaron a los paramilitares y el discurso de odio contra la guerrilla y los gobiernos que buscaron negociar el fin del conflicto. Todo valía para conseguir el objetivo, y para calmar la conciencia moral por la ferocidad ciudadana, se construyó como justificación la tesis de que el conflicto no tenía origen político ni justificación socioeconómica, sino que se trataba de una amenaza que generaba el imperativo moral de salvaguardar la sociedad.

La base de esa política consistió en negarle la legitimidad moral al enemigo para no perder la propia. Se rezaba por la mañana y se pedía bala por la tarde. De esa manera se logró anestesiar la conciencia nacional frente a horrores como las masacres paramilitares y los falsos positivos, unos de los hechos más salvajes sucedidos en el hemisferio occidental en las últimas décadas.

Pero cuando en 2010 surgió la idea de combinar la fuerza militar con la negociación política para terminar el conflicto armado, porque pese a la derrota política y estratégica de las Farc, continuaban muriendo colombianos y la vida económica y política seguía sitiada, surgió el dilema moral de continuar sacrificando vidas de colombianos pobres hasta exterminar físicamente a la guerrilla, o negociar para salvar vidas y ahorrar años de dolor y destrucción. Y cuando llegó el momento de votar para aprobar el acuerdo con las Farc, surgió un dilema moral aún mayor: privilegiar la venganza para asegurar la justicia, o favorecer el perdón para asegurar la paz.

La solución de una parte de la sociedad fue mantener la separación entre política y moral. Pero ante la nueva realidad —la oferta de las Farc de dejar las armas y someterse al orden constitucional—, eso generó una doble moral que ha venido calcinando la paz social durante los últimos años. Trasladó el odio a las Farc hacia el Gobierno y hacia quienes defendían el Sí, generando a su vez una reacción de rechazo hacia los impulsores del No y sus seguidores.

Las palabras del papa están dirigidas a eliminar esa doble moral. El mensaje es que la terminación de una guerra no solo tiene connotaciones políticas e institucionales, sino morales, y que la paz, así sea imperfecta, tiene un valor ético y religioso superior. El papa vino a ayudarle a la sociedad colombiana a resolver su dilema moral a favor de la paz negociada, a unirse para salir del odio, que es una conducta sin justificación moral. Esto está resultando más difícil para los sectores más católicos, que por su tendencia a rechazar los acuerdos de paz, están más afectados por la doble moral.

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