Sombrero de mago

¿El paramilitarismo ataca de nuevo?

Reinaldo Spitaletta
14 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

¿El paramilitarismo sí se desmovilizó en Colombia? ¿O las denominadas bandas criminales, casi todas con “insumos” del paramilitarismo de viejo cuño, son las excrecencias de una nueva oleada delictiva y de terror? Estos y otros tantos interrogantes surgen con las recientes noticias de desplazamiento forzado en el Chocó, donde se presentan enfrentamientos entre la guerrilla del Eln y las Autodefensas Gaitanistas.

El paramilitarismo, ese horrendo proyecto político que nació en los ochentas en un país latifundista y atrasado, no deja de ser la amenaza que, tras el camino de las Farc de convertirse en un partido político, se yerga como el mayor generador de desventuras en la población campesina.

En 1983, cuando el Magdalena medio estaba teñido de sangre y el Río Grande de la Magdalena se llenaba de cadáveres, todos con su respectivo gallinazo encima, una nota de García Márquez daba cuenta del nuevo terror. El 31 de agosto de ese año, la columna del escritor se refería a dos crónicas de Germán Santamaría sobre el infierno en que se estaba convirtiendo esa bella zona del país y la comparación se establecía con el entonces incendiado El Salvador.

“La violencia es tan intensa y salvaje en aquel paraíso de pesadilla que este puede considerarse como un Salvador chiquito”, decía García Márquez al citar al cronista. Sin embargo, el autor de Cien años de soledad, hacía notar que en realidad en el Magdalena medio (de cincuenta mil kilómetros cuadrados) cabía dos veces y fracción la república de El Salvador. Lo importante de aquel relato era, por ejemplo, cómo en la aldea de Santo Domingo fueron exterminados todos los hombres y que “sus viudas, con los niños, pasan las noches en los montes vecinos desveladas por el terror”, al tiempo que en la vereda Los Mangos “mataron a trece campesinos solo porque habían asistido al velorio de dos compañeros suyos asesinados”.

El paramilitarismo, como otras expresiones de la violencia en Colombia, nació chorreando sangre por todas partes. El pretexto de su formación había sido el de la lucha contra la insurgencia, pero, más allá, era un proyecto político para quedarse con las mejores tierras del país a punta de establecer el terror como mecanismo clave para el despojo. Y en su crecimiento canceroso, en el que perpetró masacres a granel, se alió con fuerzas del Estado y con políticos de los partidos tradicionales.

En aquella columna titulada “¿En qué país morimos?”, García Márquez advertía que lo único claro hasta entonces era que “los autores materiales son bandas armadas de pistoleros a sueldo, que matan a pleno día, unas veces a cara descubierta y otras con la cara pintada, y a quienes todo el mundo conoce pero nadie se atreve a denunciar”. Y más adelante señalaba: “El personero de Aguachica dice sin más vueltas que las bandas son pagadas por latifundistas para robarles sus tierras a los campesinos pobres”.

El profético artículo garciamarquiano daba cuenta, entonces, de las primeras manifestaciones del paramilitarismo. Después, ese fenómeno criminal se extendería por todo el país, con el pretexto de combatir a las guerrillas, pero con el objetivo primario de conquistar tierras a punta de sembrar muerte y dolor entre la población rural.

Años después (no muchos, por cierto), cuando se suponía que el paramilitarismo de vieja data era una parte de la historia del horror y la barbarie, nuevos brotes hacen pensar que las bandas criminales o el paramilitarismo con otras fachadas, ocuparán las zonas que abandonaron las Farc. El reciente desplazamiento de 913 familias del Alto Baudó puede ser síntoma de una redistribución de fuerzas ilegales.

El Chocó es escenario de disputa entre lo que el Ejército llama Grupos Armados Organizados (Gao), compuesto por las Autodefensas gaitanistas, el clan del Golfo y otros, y el Eln. Y la clave económica en aquellos territorios es, además de la minería ilegal, el narcotráfico.

En un informe publicado por el portal Kienyke, en el que se analizan los recientes desplazamientos forzados en el Chocó, fuentes militares dicen: “A raíz de la cantidad de operaciones que ha hecho el Ejército contra el Eln en Chocó, los otros actores armados se sienten fortalecidos. Aunque a los Gao también se les ha golpeado, hay mejor inteligencia sobre el Eln”.

Si el Estado no hace presencia en todas las regiones en las que antes estaban las Farc, y si no se atacan las causas de tantas miserias de la población, es probable que el paramilitarismo (quizá con otras denominaciones), como en una ranchera, siga siendo el rey.

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