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El paso de Collazos por Cartagena

Columnista invitado EE
19 de mayo de 2015 - 02:00 a. m.

Lo trajo a Cartagena el cigarrillo, necesitaba el nivel del mar y una ciudad para escribir.

Llegó cuando surgían nuevas instituciones culturales: la Fundación García Márquez para un Nuevo Periodismo, el Observatorio del Caribe Colombiano, el Centro de Estudios Económicos Regionales del Banco de la República y el Colegio del Cuerpo. La ciudad festejó su presencia y él supo integrarse a ella.
 
Fueron casi dos décadas las que vivió aquí. Cartagena fue su último hogar. Ejerció como profesor de literatura y director de la Escuela de Verano de la Universidad Tecnológica de Bolívar, fue columnista sabatino y semanal del diario local El Universal, hizo parte activa de la vida cultural, apoyó causas de los débiles y procesos para limpiar la política. Goloso y rumbero, bailador incansable de salsa en Quiebracanto. Buscador de amoríos hasta llegar a puerto seguro.
 
Como columnista tuvo el pulso firme contra la decadencia, la corrupción y los malos gobiernos de la ciudad. Su talante crítico alumbró, como faro, el camino de nuevas generaciones, mientras era implacable con esa vieja Cartagena falsa, de pretendidos abolengos, hispanófila y racista que no muere; que está allí aferrada a instituciones envejecidas, resistiendo a los frescos vientos que soplan desde las nuevas clases medias que hacen tan diferente a la ciudad hoy.
 
Supo resistir demandas, presiones y amenazas por sus opiniones. Se enfrentó a políticos y empresarios avivatos, expertos en tomar la ciudad por asalto, en imponer planes y normas a su medida y en conspirar contra los legítimos intereses de la población. Le dolían la ciudad destartalada, la pobreza infinita de su gente, su precario sistema vial, las dificultades de la movilidad, su pésimo sistema de transporte, el ruido descontrolado y la inmundicia del espacio público.
 
En muchas ocasiones los debates locales que atizaba trascendieron a los medios de comunicación nacionales. Para cada jueves enviaba, también, su columna a El Tiempo, a la que el país se acostumbró por su capacidad de análisis y que ahora añora con su partida. Fue aquí en Cartagena donde escribió sus últimas novelas, entre ellas Rencor, sobre el doloroso drama social y la tremenda desigualdad social cartageneros.
 
Así como García Márquez, Germán Espinosa y Roberto Burgos Cantor han narrado desde la ficción distintos períodos de la historia de la ciudad, Collazos narra en Rencor esa Cartagena del siglo XXI, con sus venas abiertas: los efectos de un turismo que explota sin medida los recursos de la ciudad y le deja las heridas de la prostitución, la droga y la violencia.
 
Desde Cartagena recorrió todo el Caribe colombiano como conferencista invitado a congresos, seminarios y festivales; se hizo a su “nacionalidad” caribe, pero fue crítico de los fáciles asuntos de las identidades, como se manejan por estas tierras. Vivió entre Crespo, Marbella y El Cabrero, pues necesitaba al mar como al oxígeno. Nació en el Pacífico y pasó sus últimos años frente al Caribe. Allí cumplió 55 años de vida literaria.
 
El paso de Collazos por Cartagena ya hace parte de la historia de la ciudad que ha sentido su partida.
 
*Alberto Abello Vives

 

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