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El pastor y los lobos

Mauricio García Villegas
01 de marzo de 2013 - 11:00 p. m.

Según la doctrina católica, el papa es como un pastor que guía a sus ovejas por el camino de la salvación; en esa metáfora se funda no sólo su poder, sino también su abnegación y su entrega.

Pero esta doctrina del papa-pastor no siempre ha sido bien vista. Martín Lutero y Juan Calvino, los promotores del cisma protestante, negaron el hecho de que Dios le hubiese entregado al papa el poder para guiar a los cristianos por el camino de la salvación. Según ellos, un creyente siempre está solo con su fe y con su Biblia y todos los seres humanos, incluso los más sabios y poderosos, no sólo son igualmente mundanos y pecaminosos ante los ojos de Dios, sino que no tienen ni idea de cuáles son Sus impenetrables designios.

Pero el cisma protestante no acabó con la Iglesia de Roma. Por el contrario, la Contrarreforma, ideada para contener los efectos del protestantismo, logró mantener en pie la autoridad del papa; con la ayuda, eso sí, de la poderosa España del siglo XVI, que era más papista que el mismo papa. Más aún, uno podría pensar que, vistas las cosas desde hoy, al Vaticano le ha ido relativamente bien en los últimos tiempos. Los católicos se han triplicado en número durante el último siglo, pasando de 291 millones en 1910 a más de mil millones en el 2010. Hace un siglo los católicos representaban el 48% de los cristianos y el 17% de la población mundial. Hoy representan el 50% de los cristianos y el 16% de la población mundial.

Sin embargo, la verdad es que estas cifras esconden una profunda crisis. La situación no es alarmante, como lo era hace cinco siglos cuando Lutero publicó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg, pero está llena de desafíos e incertidumbres.

A los escándalos sexuales y financieros se suma una competencia feroz con otros credos. En 1910, el 90% de los latinoamericanos y el 44% de los europeos eran católicos; hoy, esos porcentajes se han reducido a 72% y a 35%, respectivamente. La desafectación religiosa en Europa y el progreso de las iglesias protestantes en América Latina están acabando con el monopolio religioso que tenía el Vaticano en estos lugares. Hace 10 años el 74% de los brasileños era católico; hoy sólo el 65% lo es. En México, el segundo país católico más grande, después de Brasil, pasa algo similar: del 89% de católicos se pasó a 85%.

Pero quizás lo más grave sea la disminución significativa de la capacidad del Vaticano para guiar el rebaño católico. A medida que aumenta el desarrollo económico, se amplía la información y se mejoran los niveles de educación, la manera de vivir la fe religiosa cambia; los fieles se vuelven más autónomos, practican una religión más introspectiva y más crítica (están menos dispuestos a perdonar los pecados de sus pastores).

Paradójicamente, esa religiosidad más interiorizada, más bilateral (entre el individuo y Dios) y más crítica del poder terrenal (de todo poder terrenal), era la que tenía en mente Martín Lutero.

Me pregunto si la decisión del papa de renunciar a su trono y de irse a vivir a un convento no es un reconocimiento de que Lutero tenía razón en la manera como la fe debe ser vivida y en su crítica al poder desbordante del Vaticano.

Es probable que esto sean puras especulaciones mías. Pero la decisión del papa sí parece ser, por lo menos, una prueba de la enorme dificultad (por decir del peligro) que entraña la tarea de guiar a miles de millones de seres humanos hacia la salvación. Sobre todo cuando ese pastor, como lo dijo hace poco el mismo Osservatore Romano, está rodeado de lobos.

 

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