El payaso útil

Sergio Otálora Montenegro
25 de febrero de 2017 - 02:00 a. m.

MIAMI.- La comunidad inmigrante indocumentada en Estados Unidos está en alerta roja: basta haber dejado vencer los plazos de una visa de turista o entrado de manera ilegal hace veinte o dos años por la frontera sur, para que hoy esa persona termine en proceso de deportación porque cometió un error,  lo detuvieron por manejar con exceso de velocidad,  se voló un semáforo o un pare.

Ya no importa si tiene familia, hijos pequeños, adolescentes o ya hechos y derechos; no importa si no tiene antecedentes penales, si es una trabajadora o trabajador honorable que ha seguido la ley pero con la mancha de origen de vivir en la sombras, es decir, sin estatus migratorio. No importa si un niño de cuatro años, nacido en Estados Unidos, pero con padres sin papeles, se queda de repente huérfano.  El giro es claro: se ha criminalizado, sin remedio a la vista,  al inmigrante indocumentado.

En el pasado gobierno –que rompió todas las marcas de deportación de indocumentados- las autoridades migratorias tenían la prioridad de expulsar a los indocumentados que hubieran cometido delitos graves. El presidente Trump  salió a decir que esta ola de persecución antiinmigrante es una “operación militar” exitosa porque nunca, como ahora en su gobierno y en tan corto tiempo,  se habían enviado cientos de pandilleros y narcotraficantes a sus países de origen.

De inmediato, el secretario del Departamento de Seguridad Interior, John Kelly,   de visita en México, tuvo que remendar  la metida de pata,  afirmar que no había ninguna operación militar en el tema migratorio y asegurar, ante las autoridades mexicanas, que no hay ni habrá deportaciones masivas.

Pero a estas alturas ni la OTAN, ni los países de la Unión Europea, ni América Latina, ni el Papa, ni la misma Melania (muchos menos ella) saben a ciencia cierta qué está pasando en la Casa Blanca, cuál es la política de su supuesto comandante en jefe. En realidad, lo que hay es un payaso útil que,  como ya es sabido, dispara para todos los flancos, contradice a sus propios secretarios y ellos, a su vez, tratan de poner una cara de palo en el escenario internacional, donde hay una mezcla de estupor y ansiedad.

Los republicanos del Congreso apoyan a su payaso en jefe porque aún confían en que lo podrán manipular y lograr lo que buscan: dominio en la Corte Suprema, reforma tributaria para los más adinerados, reducir el déficit  fiscal mediante el recorte de costosos beneficios sociales (medicare, es decir, un seguro de salud federal para mayores de 65 años, y medicaid, un plan de salud para personas por debajo del nivel de pobreza) y quitar del medio las regulaciones en el sistema financiero , en la industria automotriz y en sectores muy contaminantes como la extracción de carbón o de petróleo.

Pero al lado de los republicanos, en la Oficina Oval se ha enquistado un personaje con su propia agenda nacionalista, xenófoba y racista: Steve Bannon, asesor principal de Trump, un ideólogo de la llamada derecha alternativa (alt-right), el cerebro detrás de la posible renegociación de los tratados de libre comercio y la liquidación del Acuerdo Transpacífico, del ataque incendiario contra los medios de comunicación, de la agresión contra los inmigrantes indocumentados y el hostigamiento contra los musulmanes, al considerar el islam no una religión sino, básicamente,  una ideología violenta.

Bannon, neófito en administración pública, sin experiencia política ni parlamentaria,  dice que quiere destruir Washington, es decir, a las “élites” demócratas y republicanas. Él caracteriza el triunfo de Trump como la victoria de un “movimiento”; el mismo presidente ha hablado,  en su estilo grandilocuente y ego maniaco,  de “un movimiento nunca antes visto en la historia política de Estados Unidos”. Y es verdad: nunca se había subido al poder un caudillo con tics tercermundistas, su hija convertida en su sombra, sus otros hijos rodando por el mundo a costa del erario público. El capricho y la improvisación como estilo de gobierno.  

El peligro es que en medio de todas esas corrientes encontradas que circulan por los corredores de la Casa Blanca, no hay al final la última palabra, sino un coro contradictorio de voces destempladas, que  no encuentran afinación ni director de orquesta. Eso es el caos.

Sin embargo, Bannon lo llama de otra manera: es recuperar la economía para la primera potencia mundial, sin pactos globales, sino bilaterales; y también consolidar la idea de una sola cultura, por encima del multiculturalismo que se encuentra en la bases de un país formado por sucesivas oleadas de inmigrantes.  

Pero el payaso, ensimismado con su capacidad demoledora de generar mensajes insólitos y provocadores, es también incontrolable. Sigue muy viva, y en investigación, la interferencia del Kremlin en las elecciones presidenciales. Hubo contactos entre funcionarios de alto nivel de la campaña de Trump y agentes de inteligencia rusos, en medio de las filtraciones y piratería cibernética que demolieron, de manera sistemática, el camino al triunfo de Hillary Clinton.

Una pandilla de ignorantes, extremistas, multimillonarios y ex generales, buscan cambiar la historia. Han encontrado al personaje perfecto para hacer el intento de querer volver al pasado, bajo los ropajes de una supuesta “revolución”. Se perfilan ya varias preguntas de fondo: ¿Trump es la señal inequívoca de la decadencia y autodestrucción del imperio o apenas un paréntesis en la vida política de la única superpotencia militar? ¿Era necesario llevar a un país predecible como Estados Unidos, a un territorio de grandes incertidumbres? ¿Se está fraguando un fascismo a la americana, con una base popular empobrecida y llena de rencor ante las promesas incumplidas del establecimiento bipartidista? ¿Los resortes institucionales y democráticos podrán contener la amenaza autoritaria y guerrerista?

En estos treinta días de vértigo, mucha gente se  ha lanzado a las calles a protestar. Y las cortes por ahora le han puesto límites a un presidente con ínfulas de rey. Pero apenas está arrancando la nueva administración. Este narciso, que funciona bajo sus propias reglas y verdades que cambian cada hora, puede hacerle un grave daño a la sociedad estadounidense. La pelea es larga y podrá ser incluso sangrienta.

@sergiootalora

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