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El pesimismo actual y la Gran Decepción

Juan Carlos Botero
14 de agosto de 2015 - 03:40 a. m.

Ahora se están publicando encuestas que buscan esclarecer las causas del pesimismo en Colombia, y es probable que se nombren los sospechosos de siempre: el desempleo, la violencia, la desigualdad y la injusticia social, la pobreza de la educación nacional y de la salud pública, el desprestigio de la clase política y de otras instituciones, y la deficiente calidad de vida que padece la mayor parte de los colombianos.

Primero ocurrió la masacre del Palacio de Justicia, y el resultado de esa acción criminal de la guerrilla, la furiosa reacción de las Fuerzas Armadas y la alarmante inacción del gobierno civil, fue la destrucción completa de la sede de la justicia colombiana y alrededor de 100 muertos entre militares, policías, guerrilleros y servidores públicos, entre ellos 12 magistrados y 30 cadáveres no identificados, más 11 personas desaparecidas. Una semana después estalló el Nevado del Ruiz, un volcán que llevaba 140 años en estado durmiente y borró del mapa el pueblo de Armero, junto con 25.000 personas. El desenlace de ambas tragedias fue que los defensores de la izquierda vieron que sus paladines de la guerrilla actuaron como asesinos, y los defensores de la derecha vieron que sus héroes de las Fuerzas Armadas actuaron como carniceros, y los defensores de la democracia vieron que sus líderes en el Gobierno no sirvieron para nada, y los creyentes en Dios vieron que Su voluntad parecía, por decir lo menos, inescrutable. Lo cierto, en suma, es que nada volvió a ser lo mismo a partir de ese instante.

Colombia ha padecido una severa desilusión generacional; millones de ciudadanos entrenados en la escuela del cinismo y decepcionados por la subversión, por los militares, por los políticos y por una clase dirigente más interesada en proteger sus bienes que en promover el bien común. En seguida comenzó el baño de sangre promovido por el narcotráfico y la violencia paramilitar, y eso nos dejó huérfanos de héroes, porque tan pronto afloraba uno que podíamos admirar, éste terminaba boca abajo y lleno de tiros en el lodo. Tuvimos un líder que sobresalía por su idealismo llamado Luis Carlos Galán, otro por su valentía llamado Bernardo Jaramillo Ossa, otro por su integridad llamado José Antequera, otro por apostarle a la paz llamado Carlos Pizarro Leongómez, otro por consagrar su vida al servicio del país llamado Álvaro Gómez Hurtado, otro por buscar la verdad en medio de la noticia llamado Guillermo Cano, y otro por atreverse a decir lo indecible mediante el humor llamado Jaime Garzón, y todos fueron ultimados a bala y en lugares públicos para que la lección quedara tatuada en el alma de cada colombiano. A diferencia de lo que sucede en países con líderes que los inspiran y espolean a entrever las estrellas, nosotros carecemos de héroes porque nuestras figuras más ejemplares están tendidas en el polvo, y no queda nadie que ilumine un sendero en medio de las tinieblas. Ante esa realidad, el pesimismo en Colombia se vuelve entendible.

 

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