El precio de tumbar a un dictador

Santiago Villa
11 de abril de 2017 - 04:30 a. m.

La extendida guerra en Siria escenifica, una a una, las pesadillas de nuestra civilización: el genocidio y la "limpieza étnica", el bombardeo de escuelas y hospitales, la demolición de patrimonios arqueológicos, el ahogamiento de niños refugiados durante un éxodo masivo, y el uso de armamento proscrito por la Convención sobre Armas Químicas y la Convención de Ginebra.

Un arma invisible es siniestra. Las imágenes en televisión de personas convulsionando, boqueando por falta de aire, pero perfectamente limpias y sin heridas aparentes, es una representación de esta guerra a la que no estamos acostumbrados, a diferencia de los cuerpos sangrientos y grises, sacados en brazos de los escombros dejados por las bombas convencionales, las que sí están permitidas.

En el cuerpo preso del efecto del gas hay un eco de la locura, de la posesión demoniaca, y quizás fue esta violencia en su estado aséptico la que tanto conmovió a Donald Trump.

El presidente de la nación más poderosa de la Tierra, que ha sido encomendado por su pueblo con la tarea de devolverle la grandeza perdida, o al menos restaurar su autoestima maltratada, fue herido en su sentido de la justicia por el asesinato con gas sarín de niños inocentes —como si los hubiese culpables.  

Su decisión, entonces, fue responder con el misil que mejor representa a Estados Unidos. El nombre Tomahawk viene de la palabra "powathan", empleada por las tribus del noreste de Norteamérica para denotar un tipo de hacha de una hoja, que fue no sólo el arma más empleada por los indígenas de esa región, sino una de las herramientas indispensables de los colonizadores anglosajones.

Dado que se dispara desde un navío militar, está diseñado para la guerra internacional, allende de las fronteras, en islas extranjeras o países de las antípodas, como son las guerras estadounidenses desde 1898.

Es producido por la compañía Raytheon, cuyas acciones han aumentado 4% desde el ataque de Estados Unidos, y en la que Donald Trump tiene dinero invertido. Cada misil cuesta aproximadamente un millón de dólares, y se lanzaron 59 misiles. El Tomahawk puede alcanzar objetivos a 1.600 kilómetros de distancia, y es ideal para destruir edificaciones, vehículos, o sencillamente matar personas.

Pero no es muy bueno para destruir pistas aéreas, que era lo que pretendía hacer Trump.  Para eso habría debido emplear bombas con mayor penetración. Sin embargo, eso habría implicado arriesgar bombarderos, pues habrían debido sobrevolar las zonas con armamento antiaéreo. Se optó, por lo tanto, por abrir unos huecos en la pista que en pocas semanas serán reparados.

La respuesta de Donald Trump fue una estafa. Una inútil y costosa demostración de fuerza diseñada para darle contentillo a un país que se idiotiza frente a la pantalla de sus televisores, viendo a los Gladiadores Americanos. God bless America

Siria es el escenario de esa otra pesadilla de nuestra civilización: la quiebra de sus principios más preciados, como el poder del diálogo, la teleología de la democracia, la posibilidad de aplicar la justicia internacional, y el haber pasado la página de las guerras indirectas entre Rusia y Estados Unidos.

Entretanto, la guerra en Siria está un paso más lejos de la solución.

Twitter: @santiagovillach

 

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