El que diga Uribe

Nicolás Rodríguez
03 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

Las encuestas electorales no siempre predicen con exactitud la intención de voto de los colombianos. Salvo cuando se trata de Uribe.

El expresidente se hizo elegir dos veces consecutivas (la segunda, con trampas); pretendía eternizarse en el poder una tercera, al mejor estilo castrochavista; puso a Santos en el 2010 con facilidad, y por poco y lo logra de nuevo en el 2014 con otro de sus designados. Cuando los demás celebrábamos la posibilidad de la paz, volvió a mostrar su capacidad de arrastre (y de campaña sucia) al imponer el No al plebiscito del 2016. No es necesario que el History Channel lo predique: Uribe es el personaje de la historia contemporánea colombiana.

Ahora una encuesta reciente pregunta por las próximas elecciones presidenciales del 2018 y de segundo aparece un candidato ficticio e inverosímil, de novela negra y bananera, que produce risa nerviosa. Como cuando en 1926 algunos colombianos votaron por Cafiaspirina de Bayer. Superado únicamente por las personas que contestaron “No sabe/ No responde”, que lo mismo pueden ser los indecisos que los que le van al voto blanco, nulo, indiferente o anárquico (“que gane el peor”), el que sacó la mayor votación fue “El que diga Uribe”.

El resultado es mucho más que un indicador. O que un pronóstico. La figura de “El que Uribe diga” es una metáfora. Una poesía política que encierra un futuro lúgubre. Un haikú nacional, un mal de ojo. Una maldición. Pero por sobre todo un fracaso. “El que diga Uribe” es lo mismo que “lo que no le guste”. Más que una afirmación, es una negación. Un estado del alma. Una predisposición colectiva al sermón, al regaño.

La renuncia, pues, al ejercicio de la ciudadanía democrática. A la posibilidad adulta de escoger. Votar por lo que a Uribe se le antoje es también el deseo patológico de querer ser infantilizados por un padre autoritario.

 

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