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El retorno del patriarca

Eduardo Barajas Sandoval
24 de diciembre de 2013 - 07:32 a. m.

Las acciones en materia de política exterior no deben ser oficio de improvisadores ni figurines. Para tener éxito en la orientación de la acción internacional de un Estado no basta con lucir bien y mucho menos con decir cosas que suenen impactantes al oído de la opinión interna.

 La tarea requiere veteranía, que no se obtiene por el solo hecho de haber ocupado cargos, ya que los gobernantes se pueden equivocar al nombrar a cualquiera, sino por haber acertado lo mismo en los grandes trazos que en ocasiones puntuales y significativas.

Todavía hay quienes confunden la diplomacia con las buenas maneras, que no tienen más efecto que el del triunfo social, cuando se consigue. Por darle más importancia a la forma que al fondo, no son capaces de presentar las cosas como verdaderamente son. Tampoco saben reconocer a tiempo el valor de los acontecimientos, ni atender los requerimientos de los procesos difíciles, ni darle importancia a lo que no da puntos inmediatos en las encuestas, de manera que a la larga los asuntos de importancia nacional resultan relegados ante los afanes de quedar bien con todo el mundo en el corto plazo.

No pasa lo mismo, claro está , en todas partes; como suele decirse con solvencia carente de vergüenza cuando se quieren justificar equivocaciones y fracasos. Existen países con un sentido claro de sus intereses, que saben bien a quién acudir para ayudar a manejar situaciones que requieren del buen consejo de los veteranos, capaces de combinar adecuadamente la cortesía, la persuasión y la firmeza. Gracias a su experiencia de navegación y a su habilidad para sobrevivir en aguas difíciles, a ellos siempre se les podrán encomendar misiones que exigen una u otra dosis de olfato, prudencia, dureza, franqueza, visión, astucia, conocimiento y hasta de la capacidad de predicción necesaria para sacar propósitos adelante.

Mijaíl Khodorkovski, el oligarca de la nueva Rusia recién liberado por la gracia de su enemigo Vladimir Putin, pues seguramente ya no significa ninguna amenaza creíble para su ejercicio omnímodo y excluyente del poder, llegó a la capital alemana a celebrar la Navidad en una de sus propiedades de lujo. Allí lo estaban esperando su hijo Pavel y un anciano de mirada serena y astuta, que no era otro que uno de los grandes impulsores de la reunificación alemana y autor de episodios memorables de la Ostpolitik, que permitió a los alemanes acomodarse en el escenario complejo de la Guerra Fría como los únicos capaces de conciliar su militancia en las huestes occidentales y sacar provecho de todas las oportunidades de mantener buenas relaciones con los países de la Europa socialista, urgidos de tecnología y sobre todo de comprensión por el camino que, de manera voluntaria o impuesta, habían tomado.

Hans-Dietrich Genscher, el ministro de relaciones exteriores alemán de los momentos definitivos de las relaciones entre los europeos de uno y otro lado de la Cortina de Hierro, volvió a aparecer en escena, esta vez para celebrar otro de sus triunfos. Había ido a Moscú en varias oportunidades, discretamente, y se había entrevistado con Vladimir Putin para gestionar la liberación eventual de Khodorkovski. Y lo había hecho con la venia de la Canciller Angela Merkel, que pudo reconocer en la figura del viejo zorro la mejor carta para jugar, otra vez, en las relaciones con los rusos.

Los diestros en el ejercicio de la diplomacia, curtidos en los escenarios discretos y definitivos en los que cada país trata de sacar adelante lo que le conviene, no deben pasar al retiro. Al menos así debe suceder en países que rinden el debido respeto a la jerarquía de quienes han acumulado realizaciones significativas, aunque en su momento hayan sido incomprendidos por la razón explicable que Jawaharlal Nehru aducía para responder a las críticas a su acción internacional: “en esas materias siempre habrá quien diga que se regaló la patria o que no se defendieron bien sus intereses”. Lo cierto es que, tarde o temprano, la historia viene a darles la razón.

Feliz Navidad para mis amables lectores.

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