El ruido de las chicharras

Mauricio Botero Caicedo
24 de noviembre de 2019 - 05:00 a. m.

Hace cerca de 200 años el político inglés Edmund Burke, en su extraordinario ensayo sobre la Revolución francesa, escribió las siguientes proféticas palabras: “La vanidad, la agitación, la petulancia y el espíritu de intriga de varios pequeños partidos, que se esfuerzan por suplir su falta de importancia con el ruido y empeño de hacerse valer mutuamente, os obligan a creer que asentimos a sus opiniones, porque despreciamos en silencio su charlatanería. No hay nada de esto, yo os aseguro. Porque una media docena de chicharras ocultas bajo la yerba hacen resonar la pradera con sus inoportunos chillidos, mientras que millares de soberbios rebaños reposan a la sombra de la encina británica y rumian en silencio. Os suplico no penséis que los que hacen ruido son los únicos habitantes de la pradera, ni tampoco vayáis a creer que son numerosos y, sobre todo, que son otra cosa que unos insectillos de día viles y miserables, aunque ruidosos e inoportunos”.

El poeta y ensayista Eduardo Escobar, en su columna de El Tiempo (19/11/19), resume admirablemente las razones para no marchar al lado de chicharras y vándalos: “Y me niego a disipar mi energía en las vagamunderías de la recua. No me gustan las manadas dándose coces. Detesto la rudeza… Las personas son muy agradables por unidades, de a pocos. Enjambradas son siempre una amenaza de desgracia e incomprensión vociferante. En estadios y plazas. Un amasijo de sentimientos contradictorios. Unos marchan para ser vistos como los políticos pescadores de río revuelto. Otros, para descargar la mierda de las frustraciones. Y otros, para expresar una indignación de cartilla de purificaciones. Hay mucho falso orgullo en el que marcha. Basta verles el pavoneo”.

Dentro de los manifestantes, lastimosamente, se encontraba un número importante de oportunistas que aprovecharon la protesta para buscar ventajas personales y no colectivas. Hace unos años el sociólogo Fabián Sanabria afirmó: “Las manifestaciones de inconformismo tienen cada una su contexto de tiempo y espacio, pero se puede decir que en Colombia estos paros y protestas son poco efectivos debido a los intereses que se ocultan tras estas manifestaciones, pues generalmente en el país existe una sed de poder tanto de quienes intentan manipular un movimiento de estos, como de quien con buenas intenciones —igual— quiere sacar tajada”. En las marchas era evidente que había personajes que buscan más allá del beneficio común. Mario Javier Pacheco había pronosticado en el 2018 lo que ocurrió el jueves pasado: “Media hora después de conocerse la victoria de Iván Duque, Petro se despachó con un discurso en el que vaticinó el regreso de la guerra, amenazó que intentaría volver a la Presidencia antes de cuatro años y prometió el caos, anunciando que la palabra Resistencia marcaría los próximos años con el fuego de su oposición. Dicho y hecho. Terminada la campaña presidencial, Petro siguió con la de la Resistencia destructora, convocando al desorden estudiantil mediante marchas ‘pacíficas’ que rompen edificios, arrojan bombas incendiarias, tratan de quemar policías y detienen el transporte público”.

Apostilla. Según la revista Forbes, en el 2018 el financista y especulador George Soros le entregó a la ONG Dejusticia US$9 millones, equivalentes a algo más de $30.000 millones. ¿Es impertinente preguntar hasta la fecha cuánto le ha dado Mr. Soros a Dejusticia?

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