El silencio del papa sobre el narcotráfico

Columnista invitado EE
12 de septiembre de 2017 - 04:43 p. m.

Por: Jorge Emilio Sierra Montoya (*)

En Medellín, la capital industrial de Colombia, el papa Francisco llevó en la eucaristía un báculo de madera, hecho por algún artesano local, que Zenit (medio informativo del Vaticano) llamó “El báculo de los cafeteros”. Portaba, pues, un producto nativo, “de la tierra”, que por cierto identifica a esa región y a nuestro país, donde se produce el mejor café del mundo.

Cabía esperar, entonces, que él se refiriera allí al complejo mundo de los negocios o del maldito dinero y, por tanto, a actividades ilícitas como el narcotráfico, más aún cuando el periódico español El Mundo proclamó a cuatro vientos que el papa estaba “en la patria de los narcos”, cuyo epicentro era precisamente esta ciudad, donde actuaba a sus anchas el famoso y temido Pablo Escobar, jefe del también célebre “Cartel de Medellín”. Muchos, en fin, esperábamos ansiosos qué iba a decir al respecto.

Pero, no. Acá no dijo nada sobre eso. Apenas hizo en tal sentido unas rápidas alusiones, como cuando invitó a la conversión a quienes todavía persisten en dichas actividades, tras pedirles que recordaran, junto a todos nosotros, aquel “cortejo de luto” que ellos han dejado, “destruyendo las ilusiones de tantos jóvenes”, víctimas a su vez -agregó- de “los sicarios de la droga”. ¡Arrepiéntanse, pidan perdón y conviértanse!, parecía ser su llamado. Y nada más.

¿Por qué? ¿Cuál fue el motivo para actuar así, como eludiendo tan espinoso tema? Es lo que intentaremos ver a continuación.

Razones de un prudente silencio

En primer lugar, es como si el pontífice hubiera querido “desnarcotizar” su visita. O mejor, como si atendiera el pedido que tanto hemos hecho los colombianos para que el mundo (El Mundo, claro) deje de vernos a todos como narcos por la sencilla razón de que la inmensa mayoría no lo somos, pues desarrollamos múltiples actividades económicas que sí son lícitas, obra naturalmente de gente buena.

De hecho, aunque el narcotráfico no ha desaparecido de nuestro país ni mucho menos de Medellín, al tiempo que en el último año se incrementaron los cultivos de coca en el territorio nacional, cabe anotar que los avances en la lucha contra ese flagelo son notorios, como se aprecia sobre todo en la capital antioqueña, “La ciudad más sostenible del planeta” según reciente concurso internacional organizado por The Wall Street Journal.

Es posible, en consecuencia, que Francisco haya tenido en cuenta lo anterior para mantener el prudente silencio a que nos referimos. Pero, hay una razón más de fondo: Medellín, como Antioquia en general y la amplia zona del Eje Cafetero (Caldas, Quindío y Risaralda) que fue fruto de la colonización paisa, es profundamente religiosa, católica, con esa fe profunda, visceral, heredada de los españoles desde los ya lejanos tiempos de la conquista, y que se ha mantenido hasta hoy en un pueblo fiel a sus raíces, a la tradición, al legado de sus mayores.

Ello es evidente, como el papa lo sabe, en numerosos templos, donde a diario centenares de sacerdotes ofician sus misas, hecho que al parecer bate todos los récords en nuestro país y acaso en América Latina, donde la espiritualidad de sus gentes se refleja todavía en la masiva asistencia a las distintas ceremonias religiosas, como las procesiones en las calles durante la Semana Santa, o en las reuniones familiares para rezar la tradicional novena navideña y hasta el rosario en honor a la Virgen, antes de acostarse.

Los paisas, en verdad, son rezanderos, camanduleros si se quiere, aunque esto sea motivo de burlas y críticas entre algunos de sus coterráneos de otras regiones, quienes no pueden menos que repetir (a modo de ofensa por su deseo insaciable de riqueza, cualesquiera sean los medios necesarios para conseguirla) un refrán popular: “El que reza y peca, empata”.

¿No fue esto -valga la pregunta- el reiterado silencio del papa en Medellín sobre las cuestiones económicas, aún las que se encuentran por fuera de la ley? ¿Fue por eso, en consecuencia, que centró sus diversas intervenciones públicas sobre asuntos pastorales, quizás de interés exclusivo para los religiosos, a quienes les reclamó una fe “callejera” y, por ende, “callejear” en su tarea evangelizadora, dada la maldad que todavía reina allí a sus anchas?

¿Y no fue por eso que visitó al Hogar San José, poniendo así un ejemplo de la extraordinaria labor social que cumple y debe cumplir la Iglesia a favor de los más pobres, de los más necesitados, de los niños abandonados, “descartados”, sin familia? Con razón, en el Centro de Eventos La Macarena suspendió por un momento el discurso para contar lo dicho a un amigo suyo que le pedía argumentos de fe para convencer a un ateo.

Ésta fue su respuesta: Que él vea primero sus buenos actos y cuando el ateo, sorprendido, le pregunte por qué actúa así, darle los argumentos…

El perdón a “Popeye”

“Aloooo Policía. Favor hay un loco que anda con engañadores y está engañando una multitud. Deténganlo. Se llama Bergoglio y dice ser un Pastor”: Éste fue el mensaje que alias “Popeye”, quien fuera jefe de sicarios del Cartel de Medellín y ahora goza de libertad tras pagar una breve condena en la cárcel por sus múltiples y atroces delitos, montó en Twitter para atacar al papa Francisco, presente en nuestro país.

Como es obvio, tan terrible personaje estaba respirando por la herida. Se sintió aludido, sí, por las pocas y certeras alusiones del pontífice al narcotráfico, a “los sicarios de la droga” que él dirigía, pero sobre todo por su silencio, sin duda más elocuente que las palabras.

Francisco, de otra parte, admitió en rueda de prensa, durante su viaje de regreso a Roma, que “es muy difícil ayudar a un corrupto” porque hasta “se olvida de pedir perdón”. No obstante -agregó-, “Dios puede hacerlo (perdonarlo)”, no sin aclarar: “Yo rezo por ello”.

Tan generosa actitud, fruto de la misericordia, nos trajo a la memoria la visita que su antecesor Juan Pablo II hizo a la cárcel para perdonar al turco Alí Agca, quien había atentado contra él.

(*) Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua

 

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